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Actualizado: 29 de mayo de 2025


Como en el mismo instante sintiera pasos, cargó en sus brazos á la gentil dama, echando á correr con ella fuera de la casa. Bajó la escalera, atravesó el patio, salió á la calle con tanta velocidad. Su carrera era como la del pájaro que, al robar su grano, oye el tiro del cazador, y sintiéndose ileso, quiere poner entre su persona y la escopeta toda la distancia posible.

Esto aumentó el valor de Sènto. Serían los mismos que asesinaron a Gafarró. Había que matar para salvar la vida. Ya iban hacia el horno. Uno de ellos se inclinó, metiendo las manos en la boca y colocándose ante la apuntada escopeta. Magnífico tiro. Pero ¿y el otro que quedaba libre? El pobre Sènto comenzó a sentir las angustias del miedo, a sentir en la frente un sudor frío.

Y como su fino oído de hombre habituado á la soledad creyó percibir cierto rumor inquietante en los vecinos cañares, corrió á la barraca, para volver inmediatamente empuñando su escopeta nueva. Con el arma sobre el brazo y el dedo en el gatillo, estuvo más de una hora junto á la barrera de la acequia.

El señorito de Limioso se levantó resuelto a acompañar al de Ulloa en la excursión cinegética, para lo cual tenía prevenido lo necesario, pues rara vez salía del Pazo de Limioso sin echarse la escopeta al hombro y el morral a la cintura.

Detrás de la mesa un sillón forrado de la misma tela que la silla que antes hemos visto, y detrás del sillón, y colgada de la pared, la cabeza disecada de un ciervo, sobre cuya profusa cornamenta descansa una linda escopeta de dos cañones, y debajo de la cabeza, y también colgados, un par de floretes, otro de caretas y un guante de esgrima.

Parrón se echó la escopeta á la cara y descargó los dos tiros contra el segador, que cayó redondo al suelo. ¡Maldito seas! fué lo único que pronunció. Una de las balas, después de herir al segador, había dado en la cuerda que me ligaba al tronco y la había roto. Yo disimulé que estaba libre, y esperé una ocasión para escaparme.

ALCALDE. No es mucho que digamos. La ley quiere más. MERLÍN. Por de pronto, la paré estábase derecha. El señor disparó su escopeta cerca de ella, y la paré cayó en seguida. No habiendo pasado nadie más que el señor en toda la mañana por aquél sitio, ¿quien sino el señor tiene la culpa? DEMANDADO. ¿Y esos son todos los argumentos que usted presenta contra ? MERLÍN. ¿Y le parece á usted poco?

Aquel hombre que le había desafiado, insultándole impunemente mientras le tenía metido en su barraca como una gallina; su mujer que por primera vez le imponía su voluntad, quitándole la escopeta; su falta de valor para colocarse frente á la víctima cargada de razón: todo eran motivos para que se sintiese confuso y atolondrado. Ya no era el Pimentó de otros tiempos; empezaba á conocerse.

Barret les contestó con desprecio. «¡Ladrón! ¡Después que se había quedado con su escopeta!...» Y emprendió el camino hacia Valencia, temblando de frío, sin saber adónde iba. Al pasar ante la taberna de Copa, entró en ella. Unos carreteros de la vecindad le hablaron para compadecer su desgracia, invitándole á tomar algo, y él se apresuró á aceptar.

Calzaba botines de cuero amarillo con grandes espuelas y las piernas las resguardaba del frío con unos zajones de piel, amplio delantal sujeto con correas. Delante de la silla iba plegada la manta oscura de grueso borlaje; en la grupa las alforjas, y a un lado la escopeta con el doble cañón asomando por debajo de la panza del animal.

Palabra del Dia

ciencuenta

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