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Actualizado: 29 de mayo de 2025


Sintió miedo viendo á su padre correr por el camino con la escopeta preparada, ansioso de dar desahogo á su furor matando. Era terrible el aspecto de aquel hombretón siempre tranquilo y cachazudo. Despertaba la fiera en él, cansado de que lo hostigasen un día y otro día.

Cuando Febrer quedó sólo, descolgó la escopeta y estuvo largo rato junto a la puerta examinándola distraídamente.

Y Batiste, sereno, firme, sin arrogancia, reía de la inquietud de su familia, mostrándose cada vez más atrevido según iba transcurriendo el tiempo desde la famosa riña. Se consideraba seguro. Mientras llevase pendiente del brazo el magnífico «pájaro de dos voces», como él llamaba á su escopeta, podía marchar con tranquilidad por toda la huerta.

Salió otra vez de casa; paseó por los soportales que había en la Plaza Nueva, enfrente de la casa de los Ozores. «¿Qué habría pasado? ¿Habría descubierto algo don Víctor? No; si hubiera habido algo, ya se sabría. Don Víctor habría disparado su escopeta sobre don Álvaro, o se estaría concertando un desafío y ya se sabría; no se sabía nada, nada; luego nada había sucedido».

La tía María bajó y levantó la cabeza en señal de satisfacción. En todo esto no veo motivo para que te hayas vuelto tan deprisa y tan azorado dijo Dolores. Ya voy, ya voy, que no soy escopeta repuso Momo . Cuento las cosas como pasaron.

El señorito lo percibió, aunque tenue, clarísimo, y vio el cañón de la escopeta apuntado tan diestramente que de fijo no se perdería el disparo: el cañón no amagaba a su pecho, sino a las espaldas de Julián.

Frígilis no estaba allí. ¿Andaría por el parque?... Se echó la escopeta al hombro, y salió de la glorieta. En aquel momento el reloj de la catedral, como si bostezara dio tres campanadas.

Llegaron al piso bajo y estaban orientándose para llegar á la cocina, que tenía una puerta al patio, cuando del lado del vestíbulo, hacia la derecha, se oyeron unos pasos. Los fugitivos se detuvieron en un rincón y Mauricio miró en aquella dirección y murmuró: ¡Es Bobart! Herminia sintió un horrible temblor. El abogado avanzaba con una linterna en la mano y su inevitable escopeta en bandolera.

Tales son a menudo mis pensamientos cuando con mi escopeta o mi caña de pescar vago solitario por el bosque o las orillas del río. No si llegarán a convertirse en realidad, y menos aún si en tal caso tendrán por teatro el que yo me imagino; sólo que anhelo vivamente verme otra vez en las concurridas calles de Estrelsau, o a los pies de los sombríos muros del castillo de Zenda.

El torero también se alarmó escuchando estos elogios de ruda admiración. ¡Maldita sea! ¡En su cortijo... y en su misma cara! Si continuaba así, iba a subir en busca de la escopeta, y por más Plumitas que fuese el otro, ya se vería quién se la llevaba. El bandido pareció comprender de pronto la molestia que causaban sus palabras, y adoptó una actitud respetuosa. Usté perdone, señora marquesa.

Palabra del Dia

ciencuenta

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