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Actualizado: 16 de junio de 2025
La Sagrario de otra época, con sus ilusiones de ser una gran señora, halagada por las palabras de jóvenes apuestos vestidos de colores como pájaros vistosos, no se hubiera fijado en un vagabundo envejecido por la miseria, feo y enfermo. Nos conocemos porque somos desgraciados. La miseria nos permite ver nuestras almas; en plena dicha jamás nos hubiéramos tropezado.
El libro ha hecho su tiempo, su forma ha envejecido, sus vejetaciones exhuberantes y parásitas se han marchitado, su filosofía que no es una novedad es del dominio del sentido comun de la humanidad, y la razon emancipada necesita hoy pasto mas fuerte y horizontes mas dilatados que los que puede ofrecer su lectura.
Donde ella estaba, nadie hacía nada más que ella. Pasaba la vida ocupada en su gran pasión de tratar asuntos de los demás, de chupar golosinas ajenas, y comer fuera de casa. Allá quedaba el modesto marido, el humilde empleado del Banco, de cuerpo pequeño, de rostro de ángel envejecido, atusando el bigotillo gris y cuidando de la prole. Visitación lo exigía así.
Creían hacerla un gran favor aquellos corteses bañistas cuando la invitaban a las fiestas con que entretenían los ocios de la temporada; y no podían imaginarse hasta qué extremo la molestaban poniéndola en el deber de aceptarlo todo. ¡Fiestas a ella, que venía huyendo de las que le habían envejecido el espíritu a lo mejor de la vida!
Había envejecido y enflaquecido mucho desde que yo no la había visto, y las crisis por las cuales acababa de pasar, no parecían ser las únicas en haber ejercido sobre ella su obra destructora; pero había conservado su sonrisa consoladora y bienhechora que servía de alivio a todos, aun cuando ella misma estuviera en el más completo abandono.
Ambas se miraron a los ojos y se declararon, con un chispazo, el odio que ardía en el fondo de sus almas. Pero habían cambiado las circunstancias. Amalia era cinco años atrás la dama más elegante y distinguida de la población, la única cuyo porte y refinamiento de costumbres trascendía a otra esfera más culta y espiritual. Fernanda la aventajaba ahora infinitamente. Aquélla había envejecido de modo ostensible. Entre sus cabellos se veían ya bastantes hebras plateadas; su tez, siempre pálida, había perdido toda su frescura; además, había perdido el deseo y el gusto para vestirse, se había ido plegando poco a poco bajo la presión de la sociedad ordinaria y cursi que la rodeaba, adaptándose a ella y descuidándose más y más de su persona. El contraste era, por lo tanto, más vivo. Bien lo advirtió la noble esposa del maestrante y se sintió humillada hasta el fondo de su ser. Una sonrisa de despecho contrajo sus labios mientras cambiaba con Fernanda los obligados saludos.
Un mes, en que el no ser me ha envejecido veinte años. Ayer aún era joven: hoy soy ya anciano. ¡Ah! ya me acuerdo... ya comprendo. Vivo yo en un pequeño aposento; en este aposento hay algunos muebles muy sencillos. En este aposento hay una reja que da sobre un jardín... sobre un pobrecillo jardín descuidado, en que las malvas locas se extienden libremente, y que es mi pequeño mundo.
Mientras así hablaban, Ester había estado observando fijamente al anciano médico, y se quedó sorprendida á la vez que espantada, al notar el cambio que en él se había operado en los últimos siete años; no porque hubiera envejecido, pues aunque eran visibles las huellas de la edad, parecía retener aun su vigor y antigua viveza de espíritu; pero aquel aspecto de hombre intelectual y estudioso, tranquilo y apacible, que era lo que ella mejor recordaba, había desaparecido por completo, reemplazándole una expresión ansiosa, escudriñadora, casi feroz, aunque reservada.
Pobre abuela... Siente mi pena a pesar de la calma aparente que ha logrado conquistar. Está triste y pálida y me mira con inquietud... En pocos días ha envejecido muchos años... Y pensar que hubiera querido tanto hacerla dichosa... 16 de abril. He pasado una parte del día leyendo este voluminoso diario, relato de mis deseos y de mis ilusiones y testigo de mi decepción.
Ella cantaba, refiriéndose en sus canciones al ruiseñor, a las noches de luna, a las citas deliciosas en el jardín, al amor juvenil, y también las cosas que cantaba producían una impresión de realidad, a pesar de su embarazo y de su rostro envejecido. Y así hasta el amanecer.
Palabra del Dia
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