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Lo verdaderamente triste es que el pueblo no le considera ya como un cazador feroz envejecido en la lucha con los osos de las montañas. Aquella leyenda se ha ido disipando poco a poco. Sus compatriotas tenían razón. Manín no era más que un zampatortas. En Lancia se ríen también de sus proezas y le miran como un viejo bufón del loco y heráldico señor de Quiñones.

Nada había cambiado en aquel cuadro anticuado y envejecido, en el que sólo él no se reconocía cuando el espejo le enviaba la sombra de sus bigotes, justamente encima de su retrato con falda corta y con un tambor a sus pies.

»Creo que en cinco semanas no habré dormido en junto unas cuarenta y ocho horas. ¡Gracias a que muy pronto descansaré por toda una eternidad! »Hoy, cualquiera que viese mi rostro demacrado y mi frente rugosa, no reconocería en , a aquel joven apasionado, alegre, lleno de vida y henchido de esperanza hace dos meses. Estoy aniquilado, envejecido; en cuarenta días he vivido cuarenta años.

¡Ah! continuó diciendo, el caso es que todos hemos envejecido un poco y veinticinco o veintiséis años cambian endiabladamente las fisonomías... Y he aquí que le tenemos de nuevo entre nosotros... Miguelina, habrá que dar al señor la sala roja.

Su estatura elevada, su cuerpo fornido y la boina que le cubría la cabeza le daban un aspecto completamente vasco. Elena observó con sorpresa que no había envejecido poco ni mucho; ni una cana más; la misma o mayor frescura en la tez; igual marcha decidida y ligera. ¡Qué diferencia con ella, tan flaca, tan estropeada!

Eran los sobrantes de la elegancia, los desperdicios del capricho femenil: abalorios que ya no se usaban en los vestidos, guirnaldas de flores para los sombreros, blondas y puntillas amarillentas, envejecido todo ello por la moda antes de ser aprovechado.

25 Cuando hubiereis engendrado hijos y nietos, y hubiereis envejecido en la tierra, y [os] corrompiereis, e hiciereis escultura [o] imagen de cualquier cosa, e hiciereis mal en ojos del SE

Todos pudimos observar la cara de un hombre envejecido y prematuramente arrugado, con grandes ojos en que se mostraba la solemnidad característica del búho. Los grandes ojos erraron desde la cara de Yuba-Bill hasta la linterna y acabaron por fijar sus inconscientes miradas en aquel objeto deslumbrador. Bill estaba ciego de coraje.

Imposible saber los años que tenía: lo mismo podía ser un joven de treinta años envejecido que un anciano de sesenta remozado: el rostro bastante arrugado, pero ninguna cana en la barba ni en los cabellos, de suerte que a primera vista hacía el efecto de llevarlos teñidos; la voz tomada y el aspecto crapuloso.

Muchos de estos hombres eran jóvenes que habían envejecido en una hora y caminaban como valetudinarios. ¡Infelices! No irían muy lejos. Su voluntad era seguir, incorporarse á la columna; pero al entrar en el pueblo examinaban las casas con ojos suplicantes, deseando entrar en ellas, sintiendo un ansia de descanso inmediato que les hacía olvidar la proximidad del enemigo.