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Conmovido también Ratón Pérez, se enjugó á hurtadillas una lágrima con la pata, y procuró calmar el dolor del rey Buby, enseñándole la brillante monedita de oro que iba á poner bajo la almohada de Gilito, en cambio de su primer diente. Despertó en esto la madre de Gilito, é incorporóse en el lecho, contemplando al niño dormido.

Los ojos del infeliz parecía que se saltaban, sus deshechos pulmones agitábanse trabajosamente como fuelles rotos que no pueden expeler ni aspirar el aire; crispaba los dedos, quedando al fin postrado y como sin vida. Isidora le enjugó el sudor de la frente, puso en orden la ropa que por ambos lados del angosto lecho se caía, y le dió á beber un calmante.

Entonces, sin detenerse más, se arrojó en sus brazos y enjugó con besos las lágrimas que humedecían su rostro. ¿Qué es esto? ¿Por qué lloras así? dijo doña Manolita. Y sin contestar a la pregunta, preguntó a su vez doña Luz. ¿Cómo te has entrado hasta aquí? ¿Qué te trae a verme tan de mañana? ¿Por qué me has sorprendido?

No faltaba más que ahora me volviera loco. Pasaron ocho días y a la hora señalada Anita se presentó de rodillas ante la celosía del confesonario. Después de la absolución enjugó una lágrima que caía por su mejilla, se levantó y salió al pórtico. Allí esperó al Magistral y juntos, cerca ya del obscurecer, llegaron a casa de doña Petronila.

Nicolasa, con suma blandura, enjugó las lágrimas del mozo con el propio pañuelo de ella; luego le dió tres ó cuatro palmaditas en el grueso y robusto cogote; luego le hizo unas cuantas muecas como remedando la desconsolada cara que ponía, y, por último, le pegó un afectuoso y archi-familiar tirón de las narices. Tomasuelo no supo resistir á tanto favor y regalo.

Solamente en presencia de Roussel, encontró Federico su equilibrio. Se enjugó la frente y dijo: Ya lo que el señor deseaba averiguar. ¡Buen Federico! Mauricio le estrechó en sus brazos. Si el señorito Mauricio quisiera no ahogarme, podría contarle lo que he sabido. Veamos; déjale hablar. Este muchacho.... Mauricio se sentó en el sofá; y Federico volvió á tomar la palabra.

Al cruzar el joven la plaza, observó que dos o tres transeúntes se volvieron y le siguieron con la vista fijamente durante un buen trecho. Arreglose el vestido, sacó el pañuelo y se enjugó la cara antes de penetrar en el establecimiento. Dentro de la taberna había su habitual número de holgazanes, bebiendo y gritando desaforadamente.

Su nombre sacrosanto, que con incendios de Thabor llamea, en la mente del sabio es luz de idea, vida en el mármol y en el arpa canto. El enjugó de nuestra patria el llanto; su verbo fué la vengadora tea que encendió, en el fragor de la pelea, los laureles de Otumba y de Lepanto. Reverénciale, ¡oh pueblo redimido! Llanto del corazón vierte afligido por el amargo fin del gran patriota.

Quevedo se enjugó las lágrimas con el envés de la mano, y luego escribió con mano firme al fin del testamento: «No pudiendo permanecer en Madrid, del que salgo esta noche, delego las facultades que en este testamento se me otorgan, en el ilustrísimo señor Fray Luis de Aliaga, inquisidor general, archimandrita del reino de Nápoles, del consejo de Estado, confesor de su majestad el rey nuestro señor, que conmigo firma aceptando.

Apartolo de su imaginación con un rápido y apasionado gesto y enjugó una lágrima que rodaba por sus mejillas. Después quiso la casualidad que, removiendo sus ropas, diese con una zapatilla de la niña, con una de las cintas estropeada.