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Enjugó después su frente regada de sudor con la manga de la camisa, entró a su vez en el cuarto próximo; y al volver a presentarse, vestido con pantalón y chaqueta de paño pardo, se terció a las espaldas la caja de hoja de lata y se echó a la calle.

La vieja señorita calló. Enjugó con sus manos enflaquecidas dos lágrimas que corrían por su ajada fisonomía; luego agregó esforzándose por sonreir: Perdón, primo mío: bastante tiene usted con sus desgracias... Excúseme... Por otra parte es tarde; retírese. Usted me compromete.

Traía puesto su traje de camino, nuevo también, pero de corte más humilde que el que se había quitado para que su hermana se le guardase. Tía Nisca se enjugó apresuradamente los ojos al ver á su hijo, y plegó con esmero sobre sus rodillas la camisa que había concluído.

Daba vueltas a unas mismas ideas, vulgarísimas todas, supliendo la fuerza y el peso de que carecían con lo vivo y exagerado de los ademanes. Raimundo no la escuchaba. Al cabo de unos momentos se levantó bruscamente, se enjugó las lágrimas y salió de la estancia sin decir palabra. Clementina le miró alejarse con sorpresa. Te aguardo le gritó cuando ya estaba en el pasillo.

Pero Carmen se repuso valerosa, enjugó su llanto con mano firme, alzó la frente y dijo con serenidad: ¿Para qué ir a Luzmela si aquí también está Dios?... Mira, allí tengo mi Niño Jesús...; vino una sombra una noche y me lo puso feo; pero es Dios...; tiene el vestido sucio y el pelo enmarañado...; pero es Dios....

Después de haber estrechado con afectada cordialidad la mano de cuantos estaban en el salón, enjugó su seria y perpleja cara con un pañuelo rojo de seda menos oscuro que su tez, apoyó su robusta mano sobre la mesa, y se dirigió al jurado con suma gravedad, diciendo: Pasaba por aquí, y se me ocurrió entrar a ver cómo seguía el asunto de ese Tennessee, mi socio y compañero. ¡Uf, que noche más sofocante!

Cuenta conmigo; yo cuento con el azar. Dicen que soy un hombre ligero; ¡tanto mejor! Así volveré a flote. La pobre mujer enjugó sus lágrimas y le dijo: ¡Bien, amigo mío! ¿Es que quieres trabajar? ¡Yo! ¡Ni por pienso! Esperaré la Fortuna; es una caprichosa y se ha portado siempre muy bien conmigo para que se despida así en redondo y para siempre.

Quisiera deciros toda la gratitud que hay en mi corazón, pero me faltan las palabras. Perdonadme... Gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas. Jacobo las enjugó con la mano, ahogó un sollozo y haciendo un gesto de enfado se dirigió hacia la popa del navío. Allí se sentó en un rollo de cuerdas y dejando caer la cabeza entre las manos tomó una actitud de profunda meditación.

No obstante, para tranquilidad de mi conciencia, me sumerjo de nuevo completamente; luego, satisfecho de haber cumplido con mi deber, me precipito hacia la orilla, que salvo con rapidez, enjugo mi cuerpo enrojecido por el frío y me cubro de prisa con mis ropas todavía calientes.

Las lágrimas no acudían a sus ojos tan fácilmente como en los pasados y poéticos días, pero cuando las vertía era con el corazón lacerado. Volvió en al anuncio de la visita de un vestryman, del comité de música. Entonces enjugó sus largas pestañas, atose al cuello una cinta nueva, y bajó al salón.