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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Las religiones fueron para él invenciones humanas, sometidas a las condiciones de existencia de todo organismo, con su infancia generosa, capaz de ciegos sacrificios, su virilidad absorbente y dominadora, en la que las antiguas dulzuras se convierten en imposiciones autoritarias del poder, y su vejez irremediable, con una lenta agonía que hace que el enfermo, adivinando su próximo fin, se agarre a la vida con el ansia de la desesperación.
¡Eso sería matarme, niña mía! ¿Sabes por qué me pongo enfermo? por no poder besar esos ojos que me asesinan. ¡Jesús! exclamó Venturita soltando la carcajada. ¡Qué fuerte te da! ¡Siento no poder curarte! ¿Permitirás que me muera? Si. ¡Gracias! Déjame besar tus cabellos entonces... No. Tus manos. Tampoco. Déjame besar cualquier cosa tuya... ¡Mira que me haces mucho daño!
¡Ah! dijo el joven, á quien desarmó completamente la insidiosa charla de su tío Francisco ; vuestro pobre hermano, señor, acaso estará en estos momentos en la presencia de Dios. Púsose notablemente pálido el señor Francisco, lo que demostraba que amaba á su hermano. ¡Cómo! dijo . ¿Pues tan enfermo se halla?
Aquí estaba enfermo nuestro santo fundador, dijo con voz meliflua y aquí fué su conversión. Pidió á la familia un libro de caballerías para entretenerse, pero como Dios tenía puestos sus ojos en él, hizo que nadie encontrase libros de tal clase y eso que abundaban en la casa.
Y doña Manuela lloraba, efectivamente, sin saber con certeza si sus lágrimas las arrancaba el estado de su hijo, los insultos de su hermano o aquella última noticia de la desaparición de Cuadros. El viejo continuaba hablando junto al lecho del enfermo, excitado por la indignación, con voz sorda unas veces y gritando otras, de modo que cubría aquel estertor angustioso. Te lo vuelvo a repetir.
Transcurren varios meses, durante los cuales la curiosidad pública, lejos de descaecer con la espera, se exacerba é irrita. De pronto, Coquelin aparece desesperado: Rostand se halla gravemente enfermo de neurastenia; los médicos le han prohibido trabajar.
Oyes, Miguel, ¿tienes noticia de tu familia? le dijo con amable entonación, pero rápidamente, como si le llamasen en otra parte y tuviese muy poco tiempo que perder. No señor; hace una porción de días que no tengo carta de papá; hoy le he escrito otra vez... Pues sé que está un poco enfermo. A Miguel le dio un brinco el corazón. ¿Ha habido carta? Sí, ha habido carta.
Por ella, que lo destruyesen todo, que se llevaran prisionero hasta al mismo príncipe soberano, y si encima los invasores le devolvían lo que había perdido, mejor que mejor. De pronto, como si le sirviesen de aviso estas caritativas fantasías de Lubimoff, fijó en él unos ojos escrutadores, unos ojos de enfermo receloso que adivina en el vecino sus mismos síntomas. Tú has jugado.
Para evitar la luz del sol usaba constantemente enormes anteojos azules de rejilla, que ocultaban por completo sus ojos y parte de sus mejillas, dándole un aspecto de ciego ó enfermo de la vista. Se mantenía de pié con las piernas separadas como para guardar el equilibrio, las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta. El remedio es muy sencillo, repitió, ¡y no costaría un cuarto!
Patricia se permitió la confianza de poner su mano en el hombro de su ama, diciéndole: «Ahora sí que nos podemos acostar. ¡Qué susto hemos pasado!». Fortunata le respondió: «¿Susto yo?... ¡quia!». Todo esto se decía con un cuchicheo cauteloso, y lo mismo lo habrían dicho aunque no hubiera allí un enfermo cuyo sueño había que respetar.
Palabra del Dia
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