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Actualizado: 4 de junio de 2025
De tiempo inmemorial era su costumbre, según decían, recorrer el país como enfermera voluntaria, haciendo todo el bien que podía, y dando consejos en todas las materias, principalmente en las que se relacionaban con los afectos del corazón, lo que dió lugar á que si muchos la reverenciaban como á un ángel, otros la consideraran una verdadera calamidad.
Una discípula de sus tiempos de gloria, que guardaba la antigua elegancia en su uniforme de enfermera, le dió vagos informes. «¿La pequeña Madame Laurier?... Se acordaba de haber oído á alguien que vivía cerca... Tal vez en Biarritz.» Julio no necesitó más para reanudar su viaje. ¡A Biarritz! La primera persona que encontró al llegar fué Chichí.
Sí, lucharía, intentaría supremos esfuerzos, y esto, sobre todo, por María Teresa, a fin de ahorrarle un pesar, una preocupación, una lágrima. Fue todo lo que se le ocurrió para consolarse de la persistencia con que ella dirigía hacia otro, la brillante luz de sus ojos. Después de comer, la señora Aubry, muy fatigada por su tarea de enfermera, se adormeció en un sillón.
LA ENFERMERA. ¡Mal hecho...! Mire usted la decoración en que ha de ejercitar sus facultades: es un palacio, que abrigó las fiestas más hermosas de antes de la guerra. Su decoración fué pensada para gentes dichosas.
Hasta una sobrina suya, de precaria salud, había sido condecorada en la línea de fuego por sus abnegaciones de enfermera. Y yo, miserable egoísta decía al hablar con el coronel en el Casino , soy simplemente un jugador en Monte-Carlo. Debería ir allá, donde están los hombres; pero no puedo... ¡no puedo!
Tenía que asistir á sus clases: sólo le quedaban dos días libres. Desnoyers la escuchó estupefacto. ¿Sus clases?... ¿Qué estudios eran los suyos?... Ella pareció irritarse ante su gesto de burla... Sí; estaba estudiando; hacía una semana que asistía á clase. Ahora las lecciones iban á ser más continuas: se había organizado la enseñanza; los profesores eran más numerosos. Quiero ser enfermera.
Pasaban militares convalecientes, unos con los ojos inmóviles, dando golpes de bastón ante sus pasos, otros vacilantes por la debilidad ó las amputaciones. Una voz femenina, suave y dulce, saludó al príncipe. Era una enfermera delgadísima que avanzaba llevando del brazo á dos oficiales ciegos. Miguel y don Marcos reconocieron á la sobrina de Lewis.
Cuando el duque se despidió, María habló al oído a Stein y le dijo con la mayor precipitación: Nos iremos; nos iremos. ¡Y qué! ¿La suerte me llama y me brinda coronas, y yo me haría sorda? ¡No, no! Stein siguió tristemente al duque. Cuando entraron en el convento, la tía María preguntó a este, que trataba con mucha bondad a su enfermera, ¿qué tal le había parecido su querida María?
Otros se dejaban empujar tendidos en los carritos que habían servido muchas veces para conducir los enfermos piadosos desde la estación á la gruta de la Virgen. Algunos caminaban á ciegas, con los ojos vendados, junto á un niño ó una enfermera.
Te aseguro que es gran beneficio del cielo el sacarnos de aquí cuanto antes. »Y lo sentía como lo afirmaba..., y yo, ¿yo si que le envidiaba aquella conciencia pura y tranquila en que se reflejaba su ardiente fe, como el sol en un espejo! »También en aquella escena, que fue larga, parecíamos Ángel y yo los enfermos, y Luz la enfermera.
Palabra del Dia
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