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Actualizado: 4 de junio de 2025
En el corredor, junto a la escalera, encontró a la enfermera; se hallaba completamente vestida, y sus ojos brillaban. ¡Doctor! murmuró. Estaba tan emocionada, que no podía continuar. ¡Doctor! repitió, sin alzar la voz. ¡Ah, es usted! ¿No se ha acostado todavía? Es ya tarde. ¡Doctor! ¿Qué hay? ¿Necesita usted algo? ¡Doctor! Le faltaron ánimos. ¡Quería decirle tantas cosas!
A Huberto no le gustaba mucho ver en su novia esa tendencia a dramatizar los hechos, a transformarse, súbitamente y sin pena, en enfermera. ¡Qué diablos! hay que ser razonable; no sería divertido si, una vez casados, tuvieran que suspender el curso ordinario de su existencia porque había algún enfermo en la familia; no deseaba este exceso de sensibilidad en la futura señora Martholl.
Ni soñando dejaba de hablar de las puertas, de rogar, de suplicar y aun de exigir con voz terrible y amenazadora que las abriesen; la enfermera tenía miedo de quedarse con él de noche, aunque le habían puesto una camisa de fuerza y le habían atado a la cama. Mejoraba rápidamente.
¡Mire usted cómo trabajo! gritaba Pomerantzev a la enfermera, una muchacha bajita, envuelta en una capa de pieles. Estaba sentada en un banco, dando pataditas en el suelo para calentarse los pies, y vigilaba a los enfermos. La naricita se le había puesto encarnada a causa del frío.
Nunca me separaré de ese hombre al que he ofendido tanto, que se ve solo en el mundo y necesita de protección como un niño. ¿Por qué vas tú á participar de mi suerte? ¿Cómo vivir en amores con una eterna enfermera, al lado de un hombre bueno y ciego, al que ultrajaríamos continuamente con nuestra pasión?... No; mejor es que te alejes. Sigue tu camino solo y desembarazado.
Lo sé por experiencia dijo Stein sonriéndose ; y puedo asegurar que el caldo hecho por manos de mi buena enfermera, se le puede presentar a un rey. La tía María se esponjó tan satisfecha. Conque, tío Pedro, no hay más que hablar; me la llevo. ¡Quedarme sin ella! ¡No, no puede ser!
Julio no había ido á Biarritz para vivir con los suyos... El mismo día de su llegada vió de lejos á la madre de Margarita. Estaba sola. Sus averiguaciones le hicieron saber que la hija vivía en Pau. Era enfermera y cuidaba á un herido de su familia. «El hermano... indudablemente, es el hermano», pensó Julio. Y reanudó su viaje, dirigiéndose á Pau. Sus visitas á los hospitales resultaron inútiles.
¿Me ha encargado usted que haga algo? Me parece que ya está todo. La enfermera, que se sentía dichosa todavía porque el doctor no había vuelto, algunas noches antes, al Babilonia, respondió afectuosamente: Sí, querido Georgi Timofeievich, lo ha hecho usted todo. Le estamos muy agradecidos yo y el doctor. ¿Comprende usted? ¡Yo y el doctor! Yo y el doctor... Me alegro mucho.
LA ENFERMERA. ¡No, hija mía...! Cuando haya cuidado usted a algunos heridos se iniciará en el flirteo, que acerca al enfermo a su ángel de la guarda. Todas estas viejas hadas, la generala de las enfermeras y la marquesa de las parlanchinas, no saben lo que es cuidar hombres.
La hembra caprichosa de las noches venecianas, la infiel compañera de Musset, era la misma enfermera que guisaba la cena y preparaba las tisanas al moribundo Chopin en la soledad de Valldemosa... ¡Si él hubiese conocido una mujer así, una mujer que llevase dentro mil mujeres, toda la infinita variedad femenil de dulzuras y crueldades!... ¡Ser amado por una hembra superior, a la que pudiera imponer el ascendiente varonil y que al mismo tiempo le inspirase respeto por su grandeza intelectual!...
Palabra del Dia
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