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Actualizado: 10 de junio de 2025


Pues sepa vuesa merced que lo puede agradecer, primero, a Dios, y luego, a dos fuentes que tiene en las dos piernas, por donde se desagua todo el mal humor de quien dicen los médicos que está llena. ¡Santa María! -dijo don Quijote-. Y ¿es posible que mi señora la duquesa tenga tales desaguaderos?

La reina sabe con cuánto celo la servís, cuánto os interesáis por ella, os tiene en opinión de santo y se alegra siempre de veros. Podrá suceder que también veáis á su majestad el rey, porque lo único que puedo deciros es que ya el rey no encuentra dificultad alguna en pasar al cuarto de la reina; como que de cierto sobresalto recibido anoche anda enferma la duquesa de Gandía.

Silencio profundo... Doscientos ojos escrutadores se fijan en la elegida, e Isabel Mazacán le envía desde lejos un irónico saludito de enhorabuena... Currita se muerde los labios y aparecen istrías sanguinolentas en torno de sus pupilas; un pedacito de encaje del pañuelo resbala por la seda de su falda y cae sobre la alfombra... Tras el telón, Butrón se azora de nuevo; Pulido murmura: «¡Lo dije!», y el tío Frasquito desiste de velarse el rostro con las manos por miedo de perder de nuevo el equilibrio... Diógenes ha desaparecido de la concha... La marquesa de Butrón prosigue: Vocales: excelentísima señora duquesa de Astorga, excelentísima señora condesa de Villarcayo...

Amago de apoplejía en la interesada... La duquesa consuegra la saluda desde lejos... Grandes cuchicheos que crecen, crecen cual ráfaga de viento huracanado que comienza por silbar y acaba por rugir.. De repente, crujido misterioso... Silencio profundo... Sorpresa general.

¡Jesús, señor! exclamó la duquesa, que á cada momento estaba más inquieta. Como que sois muy grande amiga de Lerma. Yo... señor... contestó con precipitación la camarera mayor cuando se trata del servicio de mis reyes... Seguid oyendo... «os tienen separado de la reina: es necesario que este estado de cosas concluya...» Dejó el rey de leer.

Sacó Sancho una carta abierta del seno, y, tomándola la duquesa, vio que decía desta manera: Carta de Sancho Panza a Teresa Panza, su mujer Si buenos azotes me daban, bien caballero me iba; si buen gobierno me tengo, buenos azotes me cuesta. Esto no lo entenderás , Teresa mía, por ahora; otra vez lo sabrás.

-De todo eso me huelgo yo mucho -dijo la duquesa-. Id, hermano Panza, y decid a vuestro señor que él sea el bien llegado y el bien venido a mis estados, y que ninguna cosa me pudiera venir que más contento me diera.

Las manos de la duquesa, enrojecidas por un frío muy vivo, se escondían bajo su chal. Al andar, arrastraba los pies, no por indolencia, sino por el miedo de perder los zapatos. Por un contraste que hemos podido observar más de una vez, la miseria no había afeado a la duquesa, que no estaba pálida ni delgada.

Pero es un bravo mozo, está reconocido por su padre , digo, según me han dicho , y ha hecho grandes servicios á su majestad dijo un caballero que acababa de entrar. ¡Ah! ¿sois vos, don Gaspar? dijo la duquesa con sobreceño.

Pronto usará las rojas, las de veinte, como este servidor. No la recibiré insistió el príncipe. Y tal vez para no decir más de la duquesa de Delille, se separó repentinamente de sus amigos, saliendo del hall. Atilio, deseoso de hablar, interrogó á don Marcos, que conversaba con Novoa, mientras el pianista seguía soñando, con los ojos abiertos, en la martingala del lord.

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