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Actualizado: 10 de junio de 2025
Cuenta, pues, la historia, que antes que a la casa de placer o castillo llegasen, se adelantó el duque y dio orden a todos sus criados del modo que habían de tratar a don Quijote; el cual, como llegó con la duquesa a las puertas del castillo, al instante salieron dél dos lacayos o palafreneros, vestidos hasta en pies de unas ropas que llaman de levantar, de finísimo raso carmesí, y, cogiendo a don Quijote en brazos, sin ser oído ni visto, le dijeron: -Vaya la vuestra grandeza a apear a mi señora la duquesa.
Oyendo lo cual el duque y la duquesa, y considerando lo que podía ser, con mucha presteza acudieron a su estancia, y, abriendo con llave maestra, vieron al pobre caballero pugnando con todas sus fuerzas por arrancar el gato de su rostro.
Casa de la duquesa de Gandía. ¿Vais casa... de la duquesa?... dijo Quevedo con acento hueco á doña Clara. Yo no he tenido la culpa dijo la joven. ¡Cómo! ¿de qué no has tenido tú la culpa, Clara mía? dijo don Juan. Don Francisco lo sabe todo. ¡Cómo! ¡sabéis!... Sí por cierto, sé... Y Quevedo se detuvo. Sí, sabe que la duquesa de Gandía es... tu madre... ¿Os ha dicho acaso mi padre?...
Entró, pues, el general radiante y satisfecho cual si viese ya en lontananza la cartera de la Guerra, y contestando con sonrisas y palabras huecas a las mil preguntas que de todas partes le dirigían, apresuróse a dar cuenta a la condesa de Albornoz y a la duquesa de Bara de una embajada de su majestad la reina... Esta las designaba para acompañarle al día siguiente, a la capilla expiatoria del bulevar Haussman, donde debía celebrarse la Misa de aniversario, algún tanto retrasada aquel año, del infortunado Luis XVI; el espectáculo prometía ser curioso, porque los príncipes de Orleans, reconciliados con el conde de Chambord, asistirían por primera vez, en público, a aquellas simbólicas honras.
No se crea por esto que la camarera mayor de la reina gozaba de una manera pasiva de su buena posición, ni que de tiempo en tiempo no la molestase algún grave disgusto. Si la duquesa de Gandía no hubiese funcionado como una rueda, más ó menos importante, en la máquina de intrigas obscuras que estaba continuamente trabajando alrededor de Felipe III, no hubiera sido camarera mayor de la reina.
Deseo a vuestra excelencia dijo un felicísimo viaje, y que encuentre a mi señora la duquesa y a toda su familia en la más cumplida salud; y me tomo la libertad de suplicar a vuestra excelencia se sirva poner en manos del señor ministro de Guerra esta representación relativa al fuerte que tengo la honra de mandar.
El duque pudo entregarse largo tiempo al atractivo que María ejercía en él, sin que la más pequeña nube empañase la paz sosegada, y, como el cielo, pura, del corazón de su mujer. Sin embargo, el duque, hasta entonces tan afectuoso, la descuidaba cada día más. La duquesa lloraba; pero callaba.
Era la duquesa mujer muy discreta, nada escrupulosa, conocía a Madrid palmo a palmo y escuchábala Butrón como a un oráculo en todo lo referente a guerra femenil de intriguillas y abanicazos.
En vano el duque quiso ocultar su turbación, producida por la sagacidad del tío Manolillo; sin embargo, se dominó y dijo riendo: ¡Bah! ¿y qué les importa ni á la condesa de Lemos, ni á la duquesa de Gandía que Quevedo sea preso ó no? ¿Qué si les importa? Voy á revelarte dos secretos. ¿Dos secretos más?
Aunque no creyese ni más ni menos en la aventura, a Tristán le irritó un poco tanta displicencia. Fingiendo, sin embargo, alegre desembarazo le dijo al cabo poniéndole una mano sobre la rodilla: Vamos a ver, ¿quién era la incógnita, Gustavo? ¿Qué te importa? ¿Una duquesa? Lo es a ratos solamente repuso el pintor sin poder reprimir la risa.
Palabra del Dia
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