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El vestido que me enviaste tenía delante, y los corales que me envió mi señora la duquesa al cuello, y las cartas en las manos, y el portador dellas allí presente, y, con todo eso, creía y pensaba que era todo sueño lo que veía y lo que tocaba; porque, ¿quién podía pensar que un pastor de cabras había de venir a ser gobernador de ínsulas?

Digo, doncella, que no solamente os pueden y deben llamar ilustre, sino ilustrísima; pero estos títulos no habían de caer sobre el nombre de fregona, sino sobre el de una duquesa. No es fregona, señor dijo el huésped ; que no sirve de otra cosa en casa que de traer las llaves de la plata, que por la bondad de Dios tengo alguna, con que se sirven los huéspedes honrados que a esta posada vienen.

Le tenía en este momento por el primero de sus amigos. Pero ¿qué era el encargo?... Novoa continuó, con cierta vacilación. El día anterior, después de su encuentro con el príncipe, había visto á aquella señorita... aquella señorita acompañante de la duquesa. El se lo contaba todo; una mala costumbre, pero los enamorados no siempre han de hablar de ellos mismos...

La duquesa, desde el momento, había comprendido la necesidad de avisar al duque de la aparición inesperada del rey y de la no menos extraña desaparición de la reina; pero cuando hubo oído las terribles revelaciones de la condesa de Lemos, vió que era de todo punto imprescindible avisar á Lerma sin perder un segundo.

-Tan mirado y remirado lo tengo, que a buen salvo está el que repica, como se verá por la obra. -Bien será -dijo don Quijote- que vuestras grandezas manden echar de aquí a este tonto, que dirá mil patochadas. -Por vida del duque -dijo la duquesa-, que no se ha de apartar de Sancho un punto: quiérole yo mucho, porque que es muy discreto.

Ella, según dice el tío Manolillo, es la duquesa de Gandía. ¡Ah! ¡la duquesa de Gandía! ¡ah! ¡ah! ¡el duque de Osuna... y la duquesa de Gandía!... ¡por San Lorenzo nuestro patrón! eso es ya distinto... ¿y lo sabe eso doña Clara? Lo ignoro, señor.

Mi padre, por el contrario, se hinchaba, como si inhalase un gran volumen de lisonja y vanidad. Todas las noches, después de la cena, la señora recibía unos cuantos amigos en tertulia; aquello, en puridad, era un rendimiento de vasallaje. Una tarde dijo la duquesa a mi padre: «Quiero que asistas hoy a mi tertulia.

Doña Brianda se limpió el beso con el pañuelo de encajes; pero doña Inés miró sonriendo amablemente a Pablo, como invitándole a que hiciera otro tanto... Todos, hasta la anciana duquesa, parecían de buen humor, y siguieron luego danzando y riendo... Mas de pronto, como convidado de piedra, se apareció en el dintel de la puerta la imponente figura de fray Anselmo.

Compró dos o tres vestidos magníficos a la duquesa, que carecía de la ropa interior más necesaria. Lo que empleaba cada día en sus gastos personales era un secreto entre su cajón y él. No creáis, sin embargo, que tenía el egoísmo odioso de ciertos maridos que tiran el dinero a manos llenas y quieren conocer al céntimo los desembolsos de su esposa.

Pasa adelante y acorta el cuento, porque llevas camino de no acabar en dos días. -No ha de acortar tal -dijo la duquesa-, por hacerme a placer; antes, le ha de contar de la manera que le sabe, aunque no le acabe en seis días; que si tantos fuesen, serían para los mejores que hubiese llevado en mi vida.