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Actualizado: 10 de junio de 2025
Por dos veces quiso interrumpir a su marido, mostrándole una carta que en las manos tenía; mas los gritos y denuestos del sesudo diplomático la atemorizaron y aturdieron, y volvió a guardar silencio. Las escenas de Lauzun, amenazando con el bastón a la duquesa de Montpensier, su esposa, y gritándole: «¡Luisa de Borbón, quítame las botas!», no eran, sin duda, desconocidas a la infeliz señora.
Hace ya algunas horas que somos uno en dos: marido y mujer; don Juan, estoy delante de vuestra madre, que siéndolo vuestra lo es mía; nadie nos oye más que nuestros corazones. Ya os lo puedo decir, os lo debo decir: cuando os vi por primera vez... cuando vuestra torpeza os hizo perderos hace tres noches en palacio... ¡Cómo! ¿no os conocíais hasta hace tres noches...? exclamó la duquesa.
Había pasado poco tiempo desde que doña Catalina había salido de la casa de su padre, hasta que un criado anunció á su excelencia la duquesa de Gandía. Maravilló esto al duque, porque doña Juana jamás había ido á su casa. Cambió precipitadamente de traje y fué á su cámara á recibir á la duquesa. Doña Juana estaba conmovida, pálida, ojerosa.
Un zapatero de fuera, zapatero de lujo, viene a establecerse en esta misma calle. Es un protegido de la duquesa de Somavia. Conque.... Ojo al Cristo, que es de plomo. Para competir, tendréis que apretar. Díselo al franchute. Que suelte mosca. En esto que, con ágil y perfumado revoloteo de brisas primaverales, se hizo presente una dama. Llegar ella y escapar el prestamista, todo fué uno.
Le abrió, y encontró quince doblones de oro de la cruz, una rica sortija y una cadena de diamantes. La duquesa lo adivinó todo.
-Yo creo -dijo la duquesa- que mi buena doña Rodríguez tiene razón, y muy grande; pero conviene que aguarde tiempo para volver por sí y por las demás dueñas, para confundir la mala opinión de aquel mal boticario, y desarraigar la que tiene en su pecho el gran Sancho Panza.
Instintivamente, sin darse el trabajo de desenmarañar los confusos pensamientos que le asaltan, ve con la imaginación á la duquesa de Delille. ¿Por qué ha abandonado el príncipe sus prudentes doctrinas?... Se acuerda, como de un pasado dichoso, de los tiempos en que florecían «los enemigos de la mujer». No han transcurrido mas que cuatro meses, y parece que sean siglos. ¡Un duelo en plena guerra... y con un oficial!... ¡Y este oficial es Martínez, su héroe!...
Es hijo bastardo del duque de Osuna, y de la duquesa de Gandía. ¡Cómo! exclamó el padre Aliaga ; ¡el duque de Osuna y la duquesa!... esta carta no dice nada de eso... cuenta sólo, que ese joven es hijo ilegítimo de padres nobles... ¡Ah! ¡no sabíais los nombres de los padres de ese caballero! No... pero vos, ¿cómo lo sabéis?
Aquel Martínez estaba á todas horas en Villa-Rosa, muchas veces contra su deseo. La duquesa necesitaba su presencia, y eso que al verle prorrumpía en lágrimas y sollozos. Pero el pobre muchacho, con una sumisión admirativa, la acompañaba en su voluntaria soledad, profundamente agradecido de que tan gran dama se interesase por él.
¿Avisar? exclamó con espanto la López Moreno . ¡Gracias que llego con vida!... ¡Qué viaje, duquesa, qué viaje!... En el camino a poco más me asesinan... ¡Nací ayer!... ¡Un milagro, un milagro! ¡Qué horror! exclamó la duquesa.
Palabra del Dia
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