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Actualizado: 29 de mayo de 2025


Dirigíanla unas cuantas viejas, entre quienes descollaba por su displicencia, fealdad y decrepitud una tal madre Angustias, que usaba una caña muy larga para castigar á las niñas, y unas antiparras verdes, que más que para verlas mejor, le servían para que las pobrecillas no conocieran cuándo las miraba.

Conocía bastante la displicencia del joven; pensó que se encontraba disgustado entre tantos desconocidos, y que eso bastaba para tenerlo descontento hasta el punto de inspirarle palabras acerbas. No era la primera vez que María Teresa advertía los celos de Juan, pues consideraba legítimo que un antiguo compañero sintiese ojeriza hacia los que trataban de captarse su amistad.

Encargó a Juanito de la dirección de la casa, y cada vez que éste le consultaba, respondía con displicencia: Haz lo que quieras, hijo mío. Allá . Aunque salga mal algún negocio, no me arruinaré. Yo estoy ahora en mi verdadero terreno; he encontrado el filón.

Llevaba en la boca un clavel blanco salpicado de manchas rojas, y lo mordía con displicencia digna de un socio del Veloz Club. De vez en cuando volvía el conde la cabeza y le dirigía una sonrisa afectuosa, á la cual nunca dejaba de contestar el mancebo con un saludo familiar. Es muy bonito ese clavel que lleva usted dijo la condesa, mientras lo admiraba sinceramente con los ojos muy abiertos.

Melchor las tomó con cierta displicencia, preocupado con el incidente en el Paso, y fue a sentarse en el escritorio, donde se aplicó a la tarea de leerlas mientras Lorenzo hacía lo propio acompañando a Ricardo en la mesa, junto con Baldomero.

Se habían acostumbrado a la idea de que fuese varón. ¿Qué misterio será éste? preguntó Manuel Antonio, mientras una sonrisa maliciosa de curiosidad vagaba por su rostro. ¿Misterio? Ninguno manifestó con cierta displicencia Amalia. Lo que se ve claramente es una pobre que quiere que le mantengan a su hija. Sin embargo, hay aquí un no qué de extraño.

Su papá rumiaba tranquila y filosóficamente como un buey; su mamá, como siempre, se hallaba distraída, inquieta, en espera a cada instante de una desgracia; y en cuanto a Tristán es imposible que nadie pudiese mostrar en su rostro un gesto de displicencia y de tedio más señalado. La doncella aprovechó una pausa para dar a su señora noticia de un encuentro agradable que habían tenido en el Retiro.

Seguramente en ningún sitio donde no haya estado repuso el pintor con su habitual displicencia. ¿Has estado en una taberna del Puente de Vallecas? replicó Tristán sin abandonar la sonrisa, pero mirándole con atención intensa a la cara. Ni un pliegue de ésta se descompuso, ni el más ligero cambio en su color, ni una ráfaga de sorpresa por los ojos.

Recapacitando y atando cabos, Bonis llegó a recordar que Serafina misma le había querido dar a entender, de tiempo atrás ya, que el nacimiento de su hijo, el de Bonis, era cosa que no debía tomarse con calor; el mismísimo Julio Mochi, en cierta carta escrita meses antes desde la Coruña, le hablaba del asunto y de su entusiasmo paternal con una displicencia singular, con palabras detrás de las cuales a él se le antojaba ver sonrisas de compasión y hasta burlonas. Pero, en fin, lo de Serafina y lo de Mochi podían ser celos y temor de perder su amistad y protección. Serafina veía, de fijo, en lo que iba a venir un rival, que acabaría por robarla del todo el corazón de su ex amante, de su buen amigo... «¡Pobre Serafina!». No, no había que temer.

Lloró por el teniente y rabió por el Duquesito. Desde aquellos días principió á advertirse en ella la modificación que la llevó al estado en que la conocemos. La displicencia atrabiliaria, el desdén amargo, la impasibilidad indiferente aparecieron entonces, y se apoderaron por último, de su espíritu por completo.

Palabra del Dia

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