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Actualizado: 13 de julio de 2025
1 Y vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, y habló conmigo, diciéndome: Ven, y te mostraré la condenación de la gran ramera, la cual está sentada sobre muchas aguas; 2 con la cual han fornicado los reyes de la tierra, y los que moran en la tierra se han embriagado con el vino de su fornicación.
Cuando concluyó, se fueron con el mismo recogimiento y silencio que antes. Los caballeros que estaban a mi lado me dieron los buenos días con la afección de correligionarios, y también se fueron. Volví a quedarme solo y perplejo en la capilla, cuando se presentó la monja extranjera, diciéndome: He avisado a don Sabino, y me ha dicho que le espera a usted en su cuarto.
Es absurdo y es grotesco el ser un proletario de levita... Hace varios años, el dueño de un periódico donde yo solía colaborar desde París, me envió una carta diciéndome: «El periódico marcha muy bien. Tenemos un gran prestigio. Nuestras opiniones son acogidas con respeto en las altas esferas. Hemos conquistado al público de levita; pero esto no basta.
Estaba usted sola al balcón cosiendo, y recuerdo que la dije temblando de miedo: «Señorita, mi padre tiene hambre; déme usted una limosna, por Dios». Me miró usted con mucha sorpresa, y me dijo: «Aguarda un instante». Al poco tiempo bajó usted á la calle, se enteró de lo que pasaba, y me dió una peseta, diciéndome: «Anda, ve á comprar pan, y corre á llevárselo». No había necesidad de advertírmelo.
Mi conciencia como presidente de la Comisión me obligaba a oponerme; en primer lugar, porque la Diputación debía muchos miles de duros por obligaciones de beneficencia, carreteras, etc., y en segundo, porque con el hospital de Elda bastaba. Sabía también lo que sucedía en los hospitales de distrito. Me llamó el gobernador, diciéndome que el ministro deseaba complacer a sus amigos de Orihuela.
En efecto, al llegar a ella la hermana se detuvo; yo me adelanté hacia la pila del agua bendita, la tomé con los dedos y se la ofrecí. La monja se dignó mirarme entonces, y sonriendo levemente de un modo compasivo dijo: Gracias, no podemos. Y al mismo tiempo sumergió su mano en la pila y se hizo después varias cruces. Luego se arrimó a la pared, diciéndome: Pase usted.
Lo que yo hago ahora, lo que la tiene a usted tan enojada es, según voy viendo, una acción noble, y mi conciencia me la aprueba, y estoy satisfecho de ella como si tuviera a Dios dentro de mí diciéndome: bien, bien... Porque usted no me puede hacer creer que estamos en el mundo sólo para comer, dormir, digerir la comida y pasearnos. No; estamos para otra cosa.
Por eso el día que el padre de Magdalena nos presentó recíprocamente en casa de mi tía diciéndole que era yo el mejor amigo de su hija, recuerdo que al estrechar la mano del señor De Nièvres pensé lealmente: «¡Pues bien, si ella le ama, que le ame él también!» Y en seguida fui a sentarme al fondo del salón y los contemplé bien convencido de mi impotencia, más que nunca obligado a callar, sin irritación contra el hombre que nada me quitaba puesto que nada me habían dado, reivindicando el derecho de amar como inherente al derecho de vivir y diciéndome con desesperación: «¿Y yo?»
¡Caras! ¡caras! ¡nada más que caras, pegadas unas a las otras, que me miran irónicamente como diciéndome: «¡Hanckel, te estás poniendo en ridículo!» Han formado un doble cerco, y nosotros pasamos por el medio; y me sorprenda que nadie rompa con una carcajada el silencio que allí reina. Llegamos al altar que el viejo había fabricado artísticamente con un gran cajón cubierto por un paño rojo.
Solitario el sitio, y la hora a propósito, me dejaba ir en alas de mis devaneos, cuando una voz cercana a mí en extremo, me sacó de mis ensueños, diciéndome: "¿Eres valiente? ¿Quieres hacer fortuna?..." Volví los ojos y me encontré a dos pasos con un soldado de más que alta estatura, con morrión de cresta, con gola y vestes azules, con el rostro no desagradable, pero pálido y ceniciento, y con la voz, si bien honda y tristísima, nada desapacible.
Palabra del Dia
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