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Actualizado: 13 de octubre de 2025
Hasta tal punto, que un amigo que me conoce me reprochaba una vez diciéndome que la lectura de los sucesos pasados iba a producir en mi espíritu una peculiar atonía, porque cualesquiera que fueran nuestros males, hojeando un libro de Historia, de cualquier pueblo, de cualquier época, encontraba en sus páginas el relato de una situación infinitamente peor. Y es verdad, señores Representantes.
¿Habéis oído, viejo? continuó el herrador, que comenzó a darse cuenta de que no se había portado de una manera digna de él y a la altura de la situación . No sigáis mirando fijamente a las personas y no gritéis más, porque, si no, vamos a haceros maniatar como a un insensato. Por eso fue que no hablé en seguida, diciéndome: este buen hombre está loco.
No sé qué hechizo tendrá esa musa trágica del arroyo, que seguramente mañana volverá a verme Forondo redivivo diciéndome: Verá usted, yo he venido a Madrid a luchar con la gloria. Le voy a leer un soneto.
Marta se ruborizó hasta la raíz de los cabellos, pero yo le tomé la mano a hurtadillas por debajo de la mesa, diciéndome: ¡Ya sabemos lo que nos hace tan felices! Al día siguiente por la mañana, cuando tomábamos nuestro café, papá entró con una carta abierta en la mano. Una ave forastera viene a albergarse en nuestro nido dijo riéndose. ¡Adivinen cómo se llama!
Volví hace dos días y al llegar al castillo, se me dijo que el anciano señor Laroque me llamaba con insistencia desde por la mañana. Pasé inmediatamente á su departamento. Desde que me divisó, una pálida sonrisa vagó por sus ajadas mejillas, detuvo sobre mí una mirada en la que creí ver una expresión de maligna alegría y de secreto triunfo, diciéndome luego con voz sorda y cavernosa.
Estaba recogiendo el servicio, y él saltó contra mí, diciéndome que para arriba y que para abajo... Yo no lo entendía y me eché a reír... Pero dimpués salió con unos disparates muy gordos. ¿Sabe, señora, lo que dijo? Que la señorita Fortunata iba a tener un niño, y qué sé yo qué más. No pude por menos de soltar la carcajada, y entonces fue cuando garró el cuchillo y salió tras de mí.
Ella, sonriendo, las retiró, diciéndome graciosamente: «Y el cuento que entró por un caminito de plata salió por un caminito de oro». La revelación de Angelina me dejó triste, abatido, avergonzado. Entonces me dí cuenta de ciertas melancolías de la niña, cuando yo hablaba de bodas y noviazgos.
»Querida sobrina comenzó diciéndome; eres demasiado bella y bien educada; tienes talento, más sin duda de lo que convendría a la familia de los Arcos; pero el mal, si lo es, no tiene remedio. Además, cuentas diez y ocho años, y todos los señores de las cercanías solicitan tu mano. »¡Ah! exclamé; no he pensado en casarme...
Desde el siguiente día comenzó Sarto a instruirme en mis regios deberes, a explicarme lo que tenía que saber y hacer, y la primera lección duró tres horas. Almorcé apresuradamente, con Sarto siempre frente a mí, diciéndome que el Rey bebía vino blanco en el almuerzo y que detestaba los platos picantes.
Sacome de allí, horro y sin costas, un bienhechor; pero diciéndome antes de sacarme, que si no le servia en lo que él había menester, volvería a meterme, y mía sería la culpa de lo que me sucediese.
Palabra del Dia
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