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Actualizado: 13 de noviembre de 2025
Pues nada, ¡una friolera!... Que en cuanto proclamaron la República, invadió la dehesa una horda de aquellos bandidos, asesinaron al aperador y a tres guardas, y se repartieron las tierras. López Moreno salió para allá corriendo, y estoy inquietísima... No sé lo que va a hacer... ¿Pues qué ha de hacer? exclamó Diógenes . ¡Polaina!
«Todopoderoso» prosiguió Diógenes; y terminó lentamente y en alta voz el símbolo de la fe, besando luego con grande afecto el crucifijo. Entreabrióse a poco la puerta y asomó la cabeza del fondista, diciendo que dos padres de Loyola habían llegado. La marquesa quiso levantarse para salir a su encuentro; mas Diógenes, con gran sobresalto, apresuróse a decir: ¡María..., no te vayas!
La niña cruzó las manitas y comenzó su oración, repitiéndola Diógenes en voz baja, muy lenta, con cierta especie de solemnidad augusta que recordaba las notas de un órgano acompañando el canto de un ángel: Bendita sea tu pureza Y eternamente lo sea, Pues todo un Dios se recrea En tu graciosa belleza. A ti, celestial Princesa, Virgen sagrada María, Yo te ofrezco en este día Alma, vida y corazón.
Ya se detiene a echar un párrafo con aquel, de rostro estúpido, que lleva el pecho cargado de medallas, escapularios y amuletos; ya habla rápidamente con un viejecillo encanijado y risueño que, paseándose solo y tranquilo junto al muro, con un mugriento kempis en la mano, parece filósofo anacoreta o Diógenes del Cristianismo, por el abandono de su traje y la unción bondadosa de su fisonomía.
Decíale el Sofista: Vos no sois lo que yo soy: yo soy hombre: luego vos no sois hombre; y dixo Diógenes, concederé todo el sylogismo si me arguyes de esta manera: Yo no soy lo que tú eres: tú eres hombre: luego yo no soy hombre. Tambien tiene quatro términos este sylogismo: Si diciendo la verdad dices yo miento, mientes: quando dices la verdad dices yo miento: luego diciendo la verdad, mientes.
Mas Diógenes, fijando en él sus ojos abotagados por el ron y la ginebra, con el maléfico influjo de la serpiente que magnetiza al incauto pajarillo, le preguntó con muy malos modos después de un imperioso «¡oye, Frasquita!», si era cierto que andaba en compadrazgo con Jacobito.
Aquí interrumpió la disputa el marqués de Villamelón, que entraba restaurado ya por completo de sus desperfectos de la mañana. Al verle Diógenes, cogió prontamente un periódico y púsose a leer junto a la chimenea, en el lado opuesto.
Entró a poco el médico, acompañado del fondista, y Diógenes los recibió chanceándose con el primero, dirigiendo al segundo cariñosos gruñidos, expresivas miradas de sus ojos inyectados en sangre, que no carecían de ternura e iban a demostrar la gratitud que le inspiraba su caritativa conducta.
¿El médico? balbuceó Diógenes con los ojos extraviados . En mi vida llamé a ninguno... La alopatía es un cañón Armstrong, y la hemopatía la carabina de Ambrosio: con que vete a freír monas con tus médicos y medicinas, que yo me curo solo... Pues llamaremos entonces al albéitar repuso Gorito.
¡Tu dixisti! gritó Diógenes con grande ahínco. Y lo repito prosiguió Leopoldina . Pero yo le aseguro a ese indecente que ha de oír de mis labios cuatro palabritas bien dichas... ¡Oh, si yo lo tenía previsto! En el último baile que dio llevaba medias azules de algodón... Como que su suegro tiene en Boston una fábrica.
Palabra del Dia
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