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Actualizado: 26 de junio de 2025


Sucedió á Hakem el débil Hescham II; mas ¿no fue bajo el reinado de este que salió de entre la muchedumbre de tus soldados ese intrépido Almanzor, terror de los ejércitos cristianos, héroe que hizo morder el polvo de la tierra á cuantos se atrevieron á medir con él su lanza, varon tan celoso de su dignidad, que al sentirse herido en Calatañazor y al creer segura su derrota, rasgó los vendajes que detenian su sangre para morir sobre el campo de batalla? ¿Cuándo arrojó mas vivos resplandores el astro de tu fortuna y de tu gloria?

En cambio, el viaje de vuelta duraba hasta tres semanas, pues los devotos expedicionarios, orgullosos de su éxito, se detenían en todos los poblados del camino. Organizaban bailes durante las horas de gran calor, que á veces se prolongaban hasta media noche, consumiendo en ellos grandes cantidades de mate y toda clase de mezcolanzas alcohólicas.

Las lámparas de aceite, repartidas a distancias y alturas desiguales, brillaban con claridad verdosa; y sobre la alta cornisa, de donde arrancaba la bóveda, había una línea de ventanas cegadas con cortinas en que los rayos del sol se detenían, iluminando los bordes de la tela y resbalando luego, amortiguados y débiles, por las molduras polvorientas.

Los ministros del altar se detenían en medio de la calle para dirigirla palabras de exhortación, que atraían una multitud implacable alrededor de la pobre pecadora. Si entraba en la iglesia los domingos, confiada en la misericordia del Padre Universal, era con frecuencia, por su mala suerte, para verse convertida en el tema del sermón.

Aquí no pudieron contener los mozalbetes su entusiasmo, y fue tal la algazara y el jaleo de pies y manos, que los transeúntes se detenían en la calle sorprendidos por el estentóreo ruido. Vaya, señores, que no leo más dijo Gallardo guardando sus papeles con orgullo . Esto va a perder la novedad cuando se publique. Bartolo, echa el <i>Obispo</i>. Bartolo, léenos el <i>Papa</i>.

Estos sólo se detenían, con asombro e incertidumbre, en el segundo corral, viendo ante ellos la pared y encontrando, al revolverse, la puerta cerrada. Comenzaba entonces el encajonamiento. Uno a uno eran dirigidos los toros, con tremolar de trapos, gritos y golpes de garrocha, hacia una callejuela, en mitad de la cual estaba colocado el cajón de viaje con las dos puertas levantadas.

En tanto que se esperaba la última resolucion de Andronico por medio de estos Embajadores, el enemigo poderoso en la campaña apretó el sitio de Galípoli, y los nuestros con su valor acostumbrado, con salidas y escaramuzas ordinarias le fatigaban y detenian. Tienen los nuestros consejo, síguese el de Berenguer de Entenza, no por el mejor, pero por ser del mas poderoso.

Algunos se detenían sonriendo al oír el canto tristón y apagado, que parecía salirle de los talones; pero ¡valiente caso hacía él de los curiosos! ¡Como si una alma grande no estuviera, en sus dolores, por encima de la vulgaridad! Y miró al balcón. Ya no estaban allí.

El viaje, aunque largo y difícil, no dejó de ser alegre. El tiempo estaba sereno; el sol todavía no molestaba gran cosa. Celesto iba armado de gaita. Andrés llevaba las provisiones. Cuando pasaban por delante de algún caserío, se detenían a instancia del seminarista; descolgaba éste la gaita de los hombros y comenzaba a soplar con furia.

Mientras los escolares se detenían en la esquina para emprender en la parte más llana de la acera un partido de canicas o de burras, los latinistas del «pomposísimo Cicerón» siguieron de largo, volviéndose para mirarme con cierta curiosidad entre burlona e impertinente. Al fin de la calle, delante de una tienda, una carreta, tirada por una yunta, aguardaba la salida de los gañanes.

Palabra del Dia

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