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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Los marineros que sostenían contra la borda el tablón lo levantaron como una palanca, y el féretro fue deslizándose, hasta que cayó bruscamente en el Océano. Fue un ruido semejante al de una de aquellas olas que sordamente venían a chocar con el navío.
Siguieron ambas bailando a lo largo de la sala, deslizándose sobre el ya pulimentado piso, como los patinadores sobre el hielo, y Fortunata, a quien le escarbaba en el interior lo que referente a ella habla dicho Mauricia la Dura, quiso aclarar un punto importante, diciéndole: «Yo no fui más que dos veces a casa de la Paca, y por mi gusto no hubiera ido ninguna.
Pero alzó los hombros con desdén, con una confianza absoluta de que si llegara el caso no iba a hacerle falta. Miró a todos lados a ver si descubría el caballo del Duque y no lo vió. Lo que sí percibió fué la sombra de un hombre deslizándose al través de los árboles. Corrió hacia ella, mas se desvaneció al instante.
En tanto Pecado, rápido como el pensamiento, se subió al cobertizo y se dejó caer en el arroyo por una vertical de más de cinco metros, deslizándose por la escabrosa superficie de tierra.
Sus dedos, deslizándose sobre el cuero cabelludo, estremecido aún por el roce mortal, tropezaron con dos agujeros de la pared, semejantes a pequeños embudos, que guardaban una sensación de calor. Las dos balas le habían rozado, yendo a clavarse en el muro a una distancia casi imperceptible de su cabeza.
Había que subir a ella deslizándose como por la boca de una madriguera. Isidro notó la falta de ventanas. -Es lo mejor que tiene el dormitorio. Cuando hace frío o cuando hiela, duerme uno tan ricamente con el calor de la mula y del estiércol, que da gloria. Mira si estará abrigado esto, que hasta en invierno tenemos moscas. Ni en la plaza de Oriente están un día de nieve tan bien como aquí.
La expresión de sus sentimientos acerca del tremendo anatema perdiose en la oscuridad de aquella caverna. «Al menos, desdichada, confiese usted su delito dijo Rubín, que deslizándose en las tinieblas había encontrado un cajón en que sentarse . No me oculte usted nada. ¿Cuántas veces, cuántas veces ha faltado usted a su marido?». La contestación tardaba.
Aquel rebaño sucio, miserable y asustado, con la palidez del hambre en las carnes y la locura del terror en los ojos, era la piratería del Mercado, los parias que estaban fuera de la ley, los que no podían pagar al Municipio la licencia para la venta, y al distinguir a lo lejos la levita azul y la gorra dorada del alguacil, avisábanse con gritos instintivos, como los rebaños al presentir el peligro, y emprendían furiosa carrera, empujando a los transeúntes, deslizándose entre sus piernas, cayendo para levantarse inmediatamente, abriendo agujeros en la masa humana que obstruía la plaza.
Algunos de sus vecinos se levantaron, deslizándose por la gran escalera con balaustres de tallada caoba, que venía a terminar en la puerta del jardín de invierno. Abríanse grandes claros en la concurrencia. Desaparecían las gentes con discreción, en suave retirada, sin que se enterasen los demás de por dónde habían escapado.
Consumido éste y al parecer satisfecha mi contemplación estética, me quedé profundamente dormido, sin cuidarme para nada del tren que debía de llevarme a Estrelsau ni de la rapidez con que iban deslizándose las horas de aquella tarde. Pensar en trenes en aquel lugar hubiera sido un sacrilegio.
Palabra del Dia
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