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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Cada dos hombres tenían ante una mesa o tablero, y mientras el uno, saltando con rapidez, subía y bajaba la cuchilla picando la hoja, el otro, con los brazos enterrados en el tabaco, lo revolvía para que el ya picado fuese deslizándose y quedase sólo en la mesa el entero, operación que requería gran agilidad y tino, porque era fácil que al caer la cuchilla segase los dedos o la mano que encontrara a su alcance.

El otro fue a imitarle; pero ambos se detuvieron, sorprendidos, deslizándose luego peñón abajo... Había un herido. Maltrana se encorvaba con un pie entre ambas manos. Gómez pretendía sostenerlo; los padrinos corrían hacia él.

Contaba así con una especie de plano inclinado para llegar a la reja. Subió por él deslizándose, se agarró con la mano izquierda a un barrote y con la derecha armada del cortaplumas, comenzó a roer la madera del marco. La postura no era cómoda, ni mucho menos, pero la constancia de Zalacaín no cejaba, y tras de una hora de rudo trabajo, logró arrancar el barrote de su alvéolo.

Le arrastraba con sobrehumana ligereza, lo llevaba volando ó nadando no lo sabía él con certeza , á través de un elemento ligero y resbaladizo, y así iban los dos vertiginosamente, deslizándose en la sombra, hacia una mancha roja que se marcaba lejos, muy lejos.

Algo lejano é indeciso turbó el silencio de la noche deslizándose por el fondo de una de las grietas que cortaban la inmensa planicie de tejados. Los tres avanzaron la cabeza para escuchar mejor... Eran voces. Un coro varonil entonaba un himno simple, monótono, grave. Más bien lo adivinaban con el pensamiento que lo percibían con sus oídos.

Muy á menudo un gran-bestia, sorprendido de improviso con nuestra llegada, se ponia precipitadamente en fuga; otras veces un carpincho, deslizándose con presteza de la barranca, se escondia en el agua; mas léjos, un ciervo dormido, despertando de pronto, echaba á correr por entre el bosque volviendo de tiempo en tiempo la cabeza para examinarnos de nuevo.

El tanque, que contenía una tonelada de combustible, salía de las entrañas del barco, se remontaba hasta la punta del puente aéreo y, deslizándose con incesante chirrido, entraba tierra adentro para vomitar su contenido en una de las varias montañas de hulla que se interponían entre aquella parte del establecimiento y la ría.

Palabra del Dia

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