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Había dado el mismo nombre a otro de sus canes, pero ¡qué valía éste comparado con aquél, del que hablaban con asombro los guardas y era la pesadilla de los altos empleados de El Pardo!... Saltaba el Mosco a media noche las tapias, sin otro acompañamiento que Puesto en ama, y se escondía junto a los arroyos, en los remansos donde bebían los corzos. El que se aproximara podía darse por muerto.

Los sucesos de la pasquinada y la prision habían despojado al joven de todos sus atractivos. ¿A quién se le ocurre buscar el peligro, desear participar de la suerte de sus compañeros, presentarse, cuando todo el mundo se escondía y rechazaba toda complicidad?

Luego, afectando un aire indiferente y alegre, que amargamente contrastaba con la desoladora tristeza que escondía en su corazón, habló así: Para que piense usted en alguna que otra vez se me ha ocurrido una idea... Me ha dicho usted hace poco que no llevaba reloj; deje que le ofrezca el mío... Nada tiene de precioso, pero es muy bueno... Cuando le pregunte usted la hora, se acordará de un viejo solterón que usted tomó ingenuamente por un rival y que, por el contrario, sentía por usted una afectuosísima amistad...

Recuerdo que usaba un escapulario tamaño casi como un ladrillo, pero muy perfumado con heliotropo blanco, y dentro del cual escondía el retrato de su primer amante. Yo creo que era sinceramente religiosa.

Se acercaba al estante con mucha cautela; sacaba una llave, abría el cajón inferior, tomaba un libro, dejaba otro que venía oculto bajo la esclavina, escondía el primero entre sus pliegues y cerraba el cajón. Se acercaba a la mesa, después de respirar fuerte, silbaba la marcha real, y fingía echar un vistazo a los periódicos. ¡Periódicos a él!

Al verle tan huraño, y que se escondía cuando entraba doña Silvia con su hija, creía que hablarle a este chico de mujeres era como mentarle al diablo la cruz. Fíese usted de apariencias.

Respiraba como el fuelle de una fragua, y siempre tenía tos; pero una tos tan bronca y sofocante que, cuando le daba el acceso, se quedaba mi hombre cabeceando y todo encendido; creeríase que iba a reventar, y el ojo rotatorio se le echaba fuera, mientras el apagado se escondía en lo más hondo de la órbita.

Acto continuo levantó el colchón, y escarbando en la tierra, sacó una petaca vieja y sucia, que cuidadosamente escondía entre trapos y cartones, y metiendo los dedos en ella, como quien saca un cigarro, extrajo un papelejo, que desenvuelto mostró una monedita de dos reales, nueva y reluciente.

Un gabancillo de verano, clarucho, usaba D. Frasquito en todo tiempo: era su prenda menos inveterada, y le servía para ocultar, cerrado hasta el cuello, todo lo demás que llevaba, menos la mitad de los pantalones. Lo que se escondía debajo de la tal prenda, sólo Dios y Ponte lo sabían. Persona más inofensiva no creo haya existido nunca; más inútil, tampoco.

»Veinticuatro horas después se realizaba en mi casa, por primera vez, lo más temeroso de mi imaginaria excursión por los interiores de ella; sólo que no era un ladrón de caudales el hombre que se escondía por la noche en el cuarto contiguo al de mi doncella y se escapaba al amanecer