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Actualizado: 7 de julio de 2025
Luego, afectando un aire indiferente y alegre, que amargamente contrastaba con la desoladora tristeza que escondía en su corazón, habló así: Para que piense usted en mí alguna que otra vez se me ha ocurrido una idea... Me ha dicho usted hace poco que no llevaba reloj; deje que le ofrezca el mío... Nada tiene de precioso, pero es muy bueno... Cuando le pregunte usted la hora, se acordará de un viejo solterón que usted tomó ingenuamente por un rival y que, por el contrario, sentía por usted una afectuosísima amistad...
De los míseros hombres no quedaba, al final de la comida, más que una horrible mezcla, no ya de carnes y huesos machacados, sino de monstruos de toda especie. Los hombres no valen ni la soga para ahorcarles, decía en el idioma armonioso y elegante que le era peculiar. El cura que estaba en la desoladora convicción de no ser una mujer, bajaba la cabeza y parecía lleno de contrición.
Entonces, satisfacciones del Lujo, regalos del Amor, orgullos del Poder, todo, todo lo gocé con la imaginación, en un instante y en un solo sorbo. Mas luego una gran saciedad me fué invadiendo el alma, y sintiendo el mundo a mis pies, bostecé como un león harto. ¿De qué me servían por fin tantos millones, sino para traerme, día por día, la desoladora afirmación de la vileza humana?
Lo que la víspera había observado, oculto tras los abedules próximos a la puertecilla del parque, no dejaba de ser una realidad desoladora... La señora Liénard no se preocupaba de él y reservaba para su rival todas sus amables atenciones... Sentíase el corazón lleno de amargores al recordar lo que había visto la tarde anterior en Rosalinda: veía la puertecilla abrirse bruscamente, aparecer en ella amable la hermosa viuda y tender a Delaberge su mano en la que éste dejaba galantemente un beso...
Cualquiera otra nacion del mundo que hubiera tenido que pasar por las duras pruebas que la nuestra, con sus revueltas políticas tan frecuentes, con sus inútiles gobiernos, con su fratricida y desoladora guerra civil de siete años, hubiera sido borrada de los mapas y fundido en cualquiera otra su deshecha nacionalidad.
Tenía el vestido hecho pedazos, enmarañado el cabello, las uñas sucias y el semblante demudado y miedoso.... La lucha horrible del día anterior había dejado en sus delicadas muñecas unas manchas carbonadas. Salvador midió con aquella sola mirada la escena desoladora, y no sólo con pena, sino con ira, con imperio y furor, le dijo a doña Rebeca: ¡A ver, un abrigo; tenemos mucha prisa!
El año 1348, año de triste recuerdo en la historia de Aragón por la peste desoladora que afligió el reino, las Córtes que se celebraban en Zaragoza, hubo necesidad de trasladarlas a Teruel que ya estaba libre de la epidemia.
Mi tío y Juno, completamente rígidos en cuanto al capítulo de las conveniencias sociales, me dirigían algunas reprimendas elocuentes; pero se las llevaba el viento. Con una tenacidad verdaderamente desoladora no perdía la ocasión de hacer un disparate o decir alguna majadería. Has estado muy inconveniente con la señora de A *, Reina. ¿En qué, hipócrita Juno?
Reina en tu mundo, despreciaste el mío, y cuanto te ofrecí resultó en vano. ¡Poseedora del cetro cortesano, un hogar de virtud te causa frío! Pasa, pasa, mundana incorregible, que corres ciega tras el imposible placer que anhela tu alma pecadora... Yo he de verte, más tarde, envejecida, sollozar el recuerdo de tu vida sumida en tu vejez desoladora.
Tal vez algún día los pasos de los raros transeuntes despertasen el mismo eco fúnebre en las calles de la nueva Bilbao, que los del viajero al vagar entre los muertos palacios de Pisa. Podía ser que el mar enemigo cegase la ría con una barra de arena, y que sólo de tarde en tarde remontase su corriente algún barco mercante. Aresti acariciaba esta perspectiva desoladora.
Palabra del Dia
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