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Actualizado: 27 de junio de 2025
¡Ajá! ¡conque cuentas ya con mi muerte! grita el viejo, montando otra vez en cólera; ¡querrías seguramente enterrarme vivo y tirar en seguida el manotón a Krakowitz para redondear tus tierras! ¿Le has echado el ojo a mi Krakowitz desde hace tiempo, eh? Imposible hacer entender razones a ese energúmeno; me decido a emplear los grandes recursos. Oye entonces mi última palabra: le digo.
Temía hablar, señora marquesa; pero al fin me decido, y ¡allá va!... Este marco es indigno de su hermosura y su elegancia. Y el contratista abarcó con una mirada de desprecio la habitación y todos sus muebles. Si usted quiere, desde mañana puede instalarse en mi casa. Suya es. Yo me alojaré en la vivienda de uno de mis empleados. No mostró Elena gran asombro.
Necesité toda mi juventud, toda la fuerza que había en mí para conservar, después de cinco años de semejante régimen, mi buen humor y mi excelente salud. Me casé con él casi sin conocerle, y no quisiera caer de nuevo en el propio error si alguna vez me decido a casarme.
He consultado al chico de Bernueces, que es boticario y abogado... sin precisar el caso, por supuesto... y, la verdad, me decido a entregarle a usted los cuartos sin escrúpulos de conciencia.... Sí, usted, el marido, es la persona legal y moralmente determinada, eso es, para recibir esta cantidad.... ¡Una cantidad! Sí, señor, siete mil reales.
Poniendo término a la cuestión de si Pizarro supo o no firmar me decido por la negativa, y he aquí la razón más concluyente que para ello tengo: En el Archivo General de Indias, establecido en la que fué Casa de Contratación en Sevilla, hay varias cartas en las que, como en los documentos que poseemos en Lima, se reconoce, hasta por el menos entendido en paleografía, que la letra de la firma es, a veces, de la misma mano del pendolista o amanuense que escribió el cuerpo del documento. «Pero si duda cupiese añade un distinguido escritor bonaerense, don Vicente Quesada, que en 1874 visitó el Archivo de Indias , he visto en una información, en la cual Pizarro declara como testigo, que el escribano da fe de que, después de prestada la declaración, la señaló con las señales que acostumbraba hacer, mientras que da fe en otras declaraciones de que los testigos las firman a su presencia».
Repito, pues, que no me explico su empeño en ser nuestro diputado; pero doy por evidente que, una vez logrado su empeño, nos volverá la espalda, nos mandará a paseo, y no nos dará ni pizca de turrón. Como en esto precisamente consiste mi sueño dorado, callándome la razón para no espantar a los secuaces de V., me decido a ser uno de ellos.
A estas interrogaciones que, al cabo, no me decido á formular, los ojos burlones y penetrantes de Sardou parecen responder: No se apure usted; no se inquiete usted; lo extraordinario no ha existido jamás. Schélling tiene razón: «Todo es uno y lo mismo.»
Máximo dijo a su vez: Mi pobre amigo Givors, enamorado de usted, se pone a sus pies, en mi persona, para solicitar una respuesta favorable... ¿Qué debo decirle? Empiece usted por felicitarlo por la elección de su embajador respondí con una amargura que me era imposible contener. Si me decido a ese matrimonio, será ciertamente por la intervención de usted, Máximo...
Figúrate tú, muchacho, que vienen a decirme: «Señor Durand, se siente olor de quemado en casa del señor Kernok; ¡pero de una chamusquina más rara!» Eran las ocho de la mañana y nadie se atrevía a entrar en su habitación; ¡son tan bestias! Me decido yo a entrar, muchacho, y... ¡Ah! ¡Dios mío! échame de beber, porque me pongo malo cada vez que lo recuerdo.
Hace días que vengo pensando en cuál es la mejor manera de hacerle al alma el gran favor de mandarla para el otro barrio. ¿A ti que te parece? No decido nada sin tu consejo; y lo que tú prefieras, eso preferiré yo». La infeliz mujer estaba tan medrosa, que apenas podía hablar. «Guarda eso, por Dios... Mira que me da mucho miedo».
Palabra del Dia
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