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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Sus hijos y su suegra, aunque sin gritar tanto como ella, vertían también abundantes lágrimas. Al oir este coro desgarrador, los tres marineros apretaron el paso, los vecinos de la calle salieron á sus balcones, y yo me decidí á seguir á mis conocidos hasta el desenlace de la escena, cuyo principio había presenciado.

La recuerdo siempre en la casa sombría de su padre, y a su recuerdo uno el de la Diana Vernon de Walter Scott. Al mismo tiempo que la conocí leí la obra del novelista escocés, y no puedo pensar en mi querida muerta sin recordar la figura literaria del gran escritor. Cuando ella murió me decidí a dejar Francia y a volver a Lúzaro con mi hija y con Allen, que no quería separarse de .

Procuré dominarme, me decidí, aun a trueque de que Gabriela me creyera descortés, a huir de ella, y me mostré durante varios días desabrido y huraño. Me pasaba yo en el escritorio las horas de descanso, fingiendo ocupaciones extraordinarias, o me iba yo, como escapado, a vagar por la llanura o a tenderme en la hierba, bajo los árboles del río.

Retíreme a mi cuarto a meditar el misantrópico axioma enunciado por Susana, bastante desalentada, pensando que yo no valía gran cosa, y que a mis desconocidos amigos, los hombres, se les daba el humillante valor del cero. Sin embargo, mis estudios me parecieron insuficientes y decidí continuarlos con ayuda de las novelas de la biblioteca.

De regreso á Buenos-Aires, quise encaminarme á Chile ó á Bolivia; mas calculando lo difícil que me seria atravesar el continente con toda seguridad, por las turbulencias que, despues de la paz con el Brasil, minaban aquel estado, me decidí á pasar á la Patagonia, tierra misteriosa, cuyo solo nombre encerraba en ese entónces un no que de mágico.

¡Bah! tontuela, nadie juzga a usted así me dijo con bondad la de Ribert. No llore usted más, no sea niña... Tranquilízate añadió Genoveva enjugándose los ojos, muy encarnados. Te lo ruego; me das pena... Al fin logré dominarme y me decidí a guardarme el pañuelo en el bolsillo. Vamos, ¿se acabó la pena? me preguntó amablemente la de Ribert dándome un beso.

A veces se me ocurría la idea de marcharme al barco y encerrarme allí; pero me parecía vergonzoso. Por la mañana, después de una noche de insomnio, me decidí a seguir la aventura. Estaba convencido de que en el fondo no tenía cariño por Dolores; de que, probablemente, ella tampoco me quería; que obraba por vengarse; pero no importaba; había que ir hasta el fin. Al día siguiente nos vimos.

Pero como el ocio nunca entró en mis cálculos, decidí estudiar una carrera, y elegí la carrera de médico-cirujano. Aquí, entre nos, le confesaré que siempre he considerado la medicina como la carabina de Ambrosio, pero la cirugía, ¡ah! eso es otra cosa.

Dile las gracias, y tan satisfecho me retiré del resultado de mis investigaciones, que el mismo día decidí marchar a Córdoba cuando estuviera restablecido. ¿Me seguirán ustedes, o, fatigados de estas aventuras, dejarán que marche solo a resolver cuestiones que a nadie interesan más que al que esto escribe?

No hacíamos otra cosa que dirigir vivas ojeadas a la rejilla, esperando cuándo el catalán levantara la vista y echaba de menos los bártulos. Al cabo de algunos minutos, no pudiendo sufrir más tiempo tal congoja, decidí acabar de una vez. Señor Puig... nosotros, con la mejor intención del mundo, le hemos hecho un flaco servicio... El catalán me miró con inquietud y me turbé un poco.

Palabra del Dia

bagani

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