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Actualizado: 5 de junio de 2025


A la izquierda una puerta, entreabierta: el despacho del señor ministro; a la derecha, un salón, con muebles de pacotilla, y cortinas de damasco, y luego la fila de piezas estrechas, en que se amontonaban los empleados.

Se levantó un cortinaje de damasco y entró una criada vieja vestida de negro, con falda lisa y pobre jubón, lo mismo que una campesina. Los cabellos grises estaban cubiertos en parte por una pañoleta obscura, a la que el tiempo y la grasa habían dado un tinte rojizo. Por debajo de la falda asomaban los pies calzados de paño, con unas medias blancas de grueso tejido.

Pero ella habló de Salvador con grato afecto, sin revelar ninguna cosa extraña. Rita hizo girar por el cuarto sus ojos de présbita, curiosos y esforzados, y se condolió: Hija, qué habitación tan ruina tienes...; ¿no hay otra mejor para ti? Yo escogí ésta; aquí estoy bien. No te criaste así, que tenías en tu cama colgaduras de damasco y en tu gabinete sitiales de tisú y mesas con mármoles....

La colcha de damasco sube y baja con un compás monótono que incita á dormir. La atmósfera, cada vez más encendida y sofocante, empieza á verse surcada por algunos insectos alados que zumban con tonos agudos y mareantes. El reloj hace coro, cual otro insecto, con levísimo tic tac, al zumbido de sus compañeros. Una que otra vez se oye el chasquido de las maderas de la cama ó de los armarios.

El piano estaba colocado debajo de los arcos, igual que la sillería de damasco azul, bastante usada. Fuera, al lado de las macetas, no había más que sillas de rejilla y algunas mecedoras. Acomodadas en ellas estaban unas cuantas damas con trajes claros y ligerísimos, que charlaban y reían de modo atronador. Era una algarabía insufrible, que no se apagó un punto a nuestra entrada.

Y acabó de confirmar ser verdad lo que la doncella decía llegar los corchetes con su hermano preso, a quien alcanzó uno dellos cuando se huyó de su hermana. No traía sino un faldellín rico y una mantellina de damasco azul con pasamanos de oro fino, la cabeza sin toca ni con otra cosa adornada que con sus mesmos cabellos, que eran sortijas de oro, según eran rubios y enrizados.

«No clavetee usted más, por Dios... Parece que va a derribar la casa... Y que el ruido la molestará... ¿Pero qué van a poner ustedes ahí?». La comandanta entró con unos pedazos de damasco rojo y amarillo, que habían sido cortinas cuarenta años antes, pasando después por distintos usos.

Sin manifestar el menor interés por este fenómeno, Ah-Fe repetía aún sus tentativas sobre el cerrojo. Poco después, el tapete de damasco encarnado, movido acaso por igual impulso misterioso, se recogió lentamente bajo los dedos de Ah-Fe y desapareció ondulando con suavidad por el mismo escondido camino. ¿Qué otros misterios podrían haber seguido?

Mucho pido, y no soy digna de merced tan señalada: los pies quisiera traerte, que a una humilde esto le basta. ¡Oh, qué de cofias te diera, qué de escarpines de plata, qué de calzas de damasco, qué de herreruelos de holanda! ¡Qué de finísimas perlas, cada cual como una agalla, que, a no tener compañeras, Las solas fueran llamadas!

Todos confesaban que ni en Constantinopla, ni en Damasco, ni en Aquisgran habia maravillas semejantes... Y sin embargo el poderoso Titan mahometano no se por satisfecho.

Palabra del Dia

rigoleto

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