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»Sobre el perdón, podrás contar con mi gratitud, si, a más de devolverme cuanto antes el bien que me quitas, me le mimas y regalas como él se merece, todo el tiempo que ahí permanezca. »Mira que Braulio está muy delicado de salud. No le fatigues llevándole a cazar. Procura que se cuide, porque es muy descuidado. »Nosotras, Inesita y yo, estamos en Madrid divertidísimas.

Más fácil me sería echarme a filósofo, a naturalista o a poeta. ¿No es mejor, sin embargo, que cuide de mi hacienda en santa paz, y procure ser un buen ciudadano, un miembro útil y activo del cuerpo social, y un caballero agradable y entretenido?

¿No me haces ningún encargo? me preguntó entre llorosa y risueña. , tía. La ropa limpia. Con ella el traje nuevo. ¿Y nada más? Nada más. ¡Ah! Si escribe Angelina mándeme usted las cartas. Las mete usted en otra cubierta. A mi buen Andrés muchas cosas. Y adiós, tía, que no hay tiempo que perder.... ¡Vaya, un abrazo, señora mía! ¡Otro a usted, señora Juana! Cuide usted de mis pájaros y mis flores.

Tres cartas de recomendación le precedían, pidiendo el magnate inglés al Duque de Bouillon, á M. de Sancy y á M. Beavois le Noele, Embajador que había sido de Francia en Londres, que le ampararan y favorecieran. «Pues el Rey le ha llamado, escribía, es cuestión de honra de S. M. que quede satisfecho del recibimiento que se le haga; que no sólo se cuide de ponerle á cubierto de las asechanzas del enemigo, sino que encuentre apoyo en el arreglo de sus negocios; situación correspondiente á sus cualidades y méritos; empleo donde ejercite las facultades de hombre especulativo y su gran habilidad en la política.

Suele en los tratados de ética comentarse un precepto moral de Cicerón, según el cual forma parte de los deberes humanos el que cada uno de nosotros cuide y mantenga celosamente la originalidad de su carácter personal, lo que haya en él que lo diferencie y determine, respetando, en todo cuanto no sea inadecuado para el bien, el impulso primario de la Naturaleza, que ha fundado en la varia distribución de sus dones el orden y el concierto del mundo.

¡Y en la misma hora que dejaba el mundo Dama María!... El marinero con la carta llegó después.... Don Galán bajó conmigo a franquealle la puerta. ¿Vosotros vinisteis con Don Juan Manuel? Nosotros vinimos por tierra. ¡Ay, cuidé de no llegar! El señor mi amo, embarcó solo en la barca que luego fué náufraga. ¡Qué desgracia tan grande!

Amor mío, duérmete. No temas, hijo... No te suelto. EVARISTA. ¿Pero vamos o no? ELECTRA. Yo no voy... ¿Tienes hambre, sol mío? ¿tienes sed? Ved cómo a se agarra el pobrecito pidiéndome que no le abandone. ¡Egoístas! ¿No sabéis que no tiene madre? PANTOJA. Pero alguien tendrá que le cuide... Ea, basta. Llevadle pronto a su casa. PANTOJA. ¡Qué escándalo! EVARISTA. ¡Qué falta de sentido!

Oiga usted; le abandono el libre dominio de todos los bienes que usted posee. Viva, sea dichosa y rica; haga la felicidad de su familia, cuide de sus padres en sus últimos días, pero déjeme a don Diego. Nada es para usted todavía, según usted mismo me ha confesado. No ha sido su esposo, ha sido su médico, su enfermero, el ayudante del doctor Le Bris. Es todo para , señora, puesto que le amo.

La fábula es, en pocas palabras, la siguiente: Pródigo, á pesar de la viva oposición de su padre, abandona su casa paterna, y se alista en una banda de soldados para correr el mundo. Acompáñale Felicero, fiel criado, á quien su padre encarga que lo cuide y asista; hácese pronto de malos amigos, en cuya compañía gasta todo su dinero, y anda en tales pasos, que al fin va á parar á la cárcel.

Somos, pues, muy ricas, señor Odiot, y por poco caso que haga yo de esta fortuna, mi deber es conservarla para mi hija, aunque la pobre niña no se cuide de ella más que yo. ¿No es así, Margarita?