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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Por las noches, cuando todo callaba en el industrioso Socartes, quedando sólo en actividad los bullidores hornos, el buen doctor que era muy entusiasta músico, se deleitaba oyendo tocar el piano a su cuñada Sofía, esposa de Carlos Golfín y madre de varios chiquillos que se habían muerto. Los dos hermanos se profesaban el más vivo cariño.
En el óvalo pálido, que resalta sobre la sombra de los cabellos, ve brillar dos ojos negros picarescos que le miran con malicia de gata joven. De pronto deja de silbar; entonces suena en su oído una risa burlona, y la voz alegre de su cuñada le dice: Vamos, Juan, continúa. Y, como él no quiere acceder a esa petición, la joven frunce los labios y se pone a silbar imperfectamente algunas notas.
Lo mismo mi cuñada que sus padres tienen bastante dignidad para no acordarse más del santo de tu nombre. Pero has sido mi amigo hasta ahora, me has dado parte de tu matrimonio con mi hermana política, y al romperlo tan bruscamente creo tener derecho a pedirte una explicación.
Acaba de encargarse últimamente de pagar, por nosotros, la pensión de seiscientos pesos que debemos a mi cuñada Mme. de Villars. Consigno aquí todos esos rasgos de su cariño hacia mí, y renuevo entre las satisfacciones de mi corazón, las mil y mil bendiciones que yo debo a Dios por los buenos hijos que me ha concedido.
La cual añadió Rafael se dio por los años de 1212, y la ganó el rey don Alfonso IX, llamado el Noble, padre de la reina de Francia Blanca, madre de San Luis; y con aquella hazaña libertó a Castilla del yugo de los sarracenos. Así es repuso la marquesa ; todo eso se lo he oído contar a mi cuñada.
Clara muy pálida y con el entrecejo fruncido le preguntó al cabo secamente: ¿Qué deseaba usted? Pero Elena sin responder clavó en ella una mirada de angustia y de dolor tan intensos que traspasó el corazón de su cuñada. Dio ésta un paso hacia ella y tomándola por la mano y cerrando después la puerta le dijo gravemente: Ven conmigo.
La diferencia entre tu hermano y tú prosiguió mi cuñada, que también gusta de sermonear un poco de cuando en cuando, está en que él reconoce los deberes de su posición y tú no ves más que las ventajas de la tuya. Ahí tienes a Sir Jacobo Borrodale ofreciéndote precisamente la oportunidad que necesitas y que más te conviene. ¡Gracias mil! murmuré.
LINE. ¿Lo sabes...? No me quito mas que esto... ¡Tengo mucha prisa...! ¡No puedo dedicarte mas que media hora...! LIONEL. ¡Eso se dice...! LINE. ¿Cómo «eso se dice»...? No sueltes tonterías, querido mío. Tengo que estar de regreso en mi casa a las siete y media, y son las cinco. ¡Y debo pasar por casa de mi cuñada para preparar la coartada...! Mi cuñada no tiene hijos.
Estos, por cariño espontáneo y por indicaciones de sus padres, acariciaban a todas horas con besos y arrullos gatunos a la hermosa tía y al tío generoso y popular. Encarnación, tan gruesa como su madre, con el vientre flácido por la incesante procreación y la boca un poco bigotuda al entrar en años, sonreía servilmente a su cuñada, lamentando las molestias que la daban los niños.
Sin asomo de ironía, con voz viril aunque trémula, don Mariano trató de consolar a la que hubo de ser su cuñada... ¡Los papeles se invertían!... No llore Laura... le rogó. Yo le agradezco su amistad y su benevolencia... No me olvidaré en la vida de lo que acaba de decirme... ¡Es usted muy buena!... Y para demostrar mejor su agradecimiento, tomole la mano y se la besó respetuosamente.
Palabra del Dia
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