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Actualizado: 26 de junio de 2025
Los que navegan hoy cómodamente por aquel estrecho, a bordo de un barco de vapor, no pueden ver la sublimidad de la escena ni pueden sentir el pasmo aterrador de los que por vez primera le cruzaron. No van, como Morsamor iba entonces, en frágil barco y a merced del viento, que se oponía a su marcha, si era contrario, o si amainaba, casi le dejaba inmóvil a pesar de las más hábiles maniobras.
Desde que se cruzaron las primeras palabras de aquella conferencia, que no dudo en llamar memorable, cayó Izquierdo en la cuenta de que tenía que habérselas con un diplomático mucho más fuerte que él. La tal doña Guillermina, con toda su opinión de santa y su carita de Pascua, se le atravesaba.
De pronto el huracán cien y cien truenos retemblando sacude, y mil rayos cruzaron, y el suelo y las montañas a su estampido horrísono temblaron. Y envuelta en humo la feroz fantasma, huyó, los brazos hacia mí tendiendo. «¡Véngame!» dijo, y se lanzó a las nubes; «¡Véngame!» por los aires repitiendo.
Todas aquellas bonitas caras se aproximaron á los labios glotones de Marenval y se rozaron con su rudo bigote. Se cruzaron unos cuantos apretones de manos y la alegre cuadrilla pasó al salón inmediato para vestirse. Marenval cerró la puerta, y una vez solo con Tragomer, se sentó de nuevo, encendió un cigarro y dijo al joven: Ahora, podemos hablar.
Con tales ilusiones se fabrica el valor... «¿Y esto es todo?», parecían decir sus ojos. Recordaba con cierta vergüenza su refugio en el «abrigo»; se reconocía capaz de vivir allí, lo mismo que René. Sin embargo, los obuses alemanes eran cada vez más frecuentes. Ya no se perdían en el bosque; sus estallidos sonaban más cercanos. Los dos oficiales cruzaron sus miradas.
Oyó los pasos que se alejaban poco á poco y volvió á sentarse murmurando: ¡Pobre joven! ¡Tambien parecidos pensamientos cruzaron por mi mente un día! ¿Qué más quisieran todos que poder decir: he hecho esto por mi patria, he consagrado mi vida al bien de los demás...? ¡Corona de laurel, empapada en acíbar, hojas secas que cubren espinas y gusanos!
Mil diversas emociones de temor, de arrepentimiento, de cariño, de duda, de alegría y ansiedad cruzaron en un segundo por el corazón del joven marqués, que dobló la rodilla exclamando con acento conmovido: ¡Marta, por Dios, me perdones la necedad que acabo de decir!... ¡Soy un estúpido!... ¡Acababa de soñar unas cosas tan tristes, y de repente terminaron todas tan bien!... No me resignaba a dejar escapar así la felicidad... Una idea absurda me vino a la cabeza, inspirada por el mismo deseo de verla realizada... Pero no..., no..., yo no puedo ser ya feliz en la tierra... Nací para ser desgraciado... Afortunadamente moriré pronto, como mi padre... y como mi madre... Perdóname esta locura de un momento y no llores... ¿Quieres saber lo que soñaba?... Te lo voy a decir, porque será quizá la última vez que me veas... Soñaba..., soñaba, Marta, que me querías.
Eran amigos, y quería saber por ellos lo que hablaban en los ranchos de la reunión del día siguiente. Al quedar solos los dos hermanos, cruzaron sus miradas en medio de un silencio embarazoso. Tengo que hablarte, Mariquita dijo al fin el muchacho con resolución. Pues empieza cuando quieras, Fermín contestó ella con acento tranquilo. Ya adiviné al verte que por algo venías. No: aquí no.
La marquesa de Butrón bajó los ojos como distraída al oír hablar de la unidad católica, y acentuóse aún más la sombra de tristeza que nublaba siempre su rostro. El integérrimo diplomático y el señor Pulido cruzaron entre sí una rápida mirada; indudable era que los dos compadres habían hablado más de una vez del asunto en junta de íntimos, del lado de allá del biombo.
Las hojas de acero brillaron y se cruzaron gallardamente. Breve fué la lucha: Espronceda, cuya naturaleza estaba aniquilada por su vida de vértigo, cayó en tierra herido de un sablazo. Y así se dió fin a este episodio raro, pintoresco y triste, que era bien digno de la rima.
Palabra del Dia
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