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Esta lucha era superior a mis fuerzas, y bien pronto se apoderó de mí una convulsión violenta... yo oía confusamente los chillidos del niño y aquel grito que me decía: «¡Véngame!» Pero de repente, y como en un sueño, se me puso delante de los ojos aquel suplicio, los soldados con sus picas, mi madre desgreñada y pálida, que con paso trémulo caminaba despacio, muy despacio, hacia la muerte, y que volvía la cara para mirarme, para decirme: «¡Véngame!» Un furor desesperado se apoderó de mí, y desatentada y frenética, tendí las manos buscando una víctima; la encontré, la así con una fuerza convulsiva, y la precipité entre las llamas.
La última vez cerca del suplicio... allí me miró haciendo un gesto espantoso, y con una voz ahogada y ronca me gritó: «¡Véngame!» Aquella palabra... no la puedo olvidar... aquella palabra se grabó en mi alma, en todos mis sentidos, y yo juré vengarla de una manera horrorosa. MANRIQUE. Sí, ¿y la vengasteis... es verdad? Tendría un placer en saberlo. Mil crímenes, mil muertes no eran bastantes.
De pronto el huracán cien y cien truenos retemblando sacude, y mil rayos cruzaron, y el suelo y las montañas a su estampido horrísono temblaron. Y envuelta en humo la feroz fantasma, huyó, los brazos hacia mí tendiendo. «¡Véngame!» dijo, y se lanzó a las nubes; «¡Véngame!» por los aires repitiendo.
Palabra del Dia
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