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Actualizado: 26 de junio de 2025
Los tertulianos todos al escuchar los pasos acudieron en tropel a los balcones y vieron, con sorpresa, desfilar por delante de la casa dos compañías de soldados que cruzaron la plaza y se perdieron en las encrucijadas de la villa. Los amigos de don Mariano se miraron con sorpresa. ¿Qué vendrá a hacer esta tropa a tales horas? preguntó una señora.
Especuladores de Buenos Aires obtienen al mismo tiempo privilegios exclusivos para la explotación, con el designio de venderlos a las compañías inglesas por sumas enormes. Estas dos especulaciones, la de Inglaterra y la de Buenos Aires, se cruzaron en sus planes y no pudieron entenderse.
Sin embargo, la despedida de Antonio y María-Manuela y las palabras secretas que entre sí cruzaron, habían despertado en su espíritu sospechas de que estaban citados para aquella noche. Más por curiosidad que porque la traición de la rústica morena le llegase al alma, en vez de tomar el camino directo de las Barquillas, hizo un pequeño rodeo para pasar por delante de la casa de aquélla.
Bueno... y ahora ¿qué se hace con perderse... con ir a la cárcel, mujer? Pero mujer... mira, considera.... No considero, no miro nada.... Este diálogo duraba mientras cruzaron las dos amigas el páramo de Solares en dirección al barrio de Arriba, por donde suponía Amparo que iba Baltasar acompañando a las de García hasta su casa.
Entonces convinieron ambos en que los chicos se retrataran «al natural». Hízose así, y enseguida el cambio de los retratos entre la gorda Lucrecia y el tuerto Alejandro. Por cierto que hubo una coincidencia bien singular en las dos cartas, conductoras de las respectivas tarjetas, que se cruzaron en el Océano.
Tenía las mejillas encendidas y los ojos asustados. Procuraba evitar el encuentro con los de su penitenta, que sentía posados constantemente sobre él. Por atracción irresistible o por casualidad llegó un momento en que se cruzaron sus miradas. La joven dejó escapar una risita maliciosa. El sacerdote apartó prontamente la vista y permaneció grave, como si no la hubiera advertido.
Al pie de la más corpulenta de aquellas encinas, la más inmediata al bosque, yo encendía hogueras en mi infancia; a pesar de tantas lluvias de invierno, el humo ennegrece aún aquella corteza ruda. Siendo joven, allí escribí con lápiz muchas melodías poéticas que cruzaron mi imaginación conmoviéndola, como la tibia brisa primaveral hacía mover las ramas armoniosamente sobre mi cabeza.
Aquella visita fue pesada y melancólica, y además muy molesta para Nieves, que estuvo incesantemente entre las miradas de los dos hermanos: las de Juanita, inquisidoras y mordicantes, y las de Manrique, voraces y hasta desvergonzadas. Se cruzaron pocas palabras entre los tres; y de esas pocas, las de Nieves fueron monosílabos; las de Juanita, impertinencias, y las de Manrique, sandeces. Don Gonzalo, que leía La
El soldado disparó su fusil contra Desnoyers, hiriéndole en un hombro. Acudieron los franceses, matando al ordenanza. Luego cruzaron un vivo fuego con la compañía enemiga, que había hecho alto más allá mientras su jefe exploraba el terreno.
El maestro permaneció de pie delante de él, hasta que alzó los ojos. En el momento que sus miradas se cruzaron, el maestro fuese a su encuentro derechamente. Cuando principió a hablar, algo se le fue subiendo a la garganta que retardaba su palabra; su propia voz le asustó; tan profunda y vibrante sonaba. Pero moderó sus impulsos pues quería a toda costa evitar un escándalo.
Palabra del Dia
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