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Actualizado: 26 de julio de 2025


Intentó el capellán disuadirla: temía que se cansase, que se enfriase al atravesar los salones, al bajar al claustro. La señorita no dio más respuesta que dejar la labor, envolverse en su mantón y echar a andar. Cruzaron a buen paso la fila de habitaciones extensas, desamuebladas, casi vacías, donde las pisadas retumbaban sordamente.

Necesitaba olvidar, y sabía dónde le esperaba el olvido. Sus pies de jugador sintieron el mismo irresistible deseo de actividad que los del ebrio cuando piensa en el mostrador del bar. Castro y Spadoni cruzaron con él varias miradas. ¿Si fuésemos á dar una vuelta por el Casino? propuso uno. Y los tres desaparecieron.

Por el alma del párroco cruzaron pensamientos de muerte y exterminio. Tuvo fuerzas, no obstante, para contenerse. La misa continuó. El presbítero novel elevó la sagrada Hostia con manos temblorosas, en medio de un murmullo de fervor y adoración.

El duque entregó disimuladamente una bolsa de monedas de oro a María, y esta, envolviéndola en su pañuelo, las arrojó a la plaza. Al hacer Pepe Vera una nueva demostración de agradecimiento, las miradas de sus ojos negros se cruzaron con las de María.

Mientras se confrontaban los números del cartón con los de las bolas que se hallaban esparcidas encima de la mesa, tarea que duró buen rato, porque Paco se complacía en atormentar á la afortunada señora, los amantes no cruzaron la palabra. Cuando el jugador volvió á agitar la bolsa comenzó otra vez su arrullo suave. Te voy á pedir una cosa. ¿Qué es? ¿Me la concederás? Díme antes lo que es.

Por discusiones de comité se había batido en París con un «camarada» obrero. Apenas cruzaron los sables, el trabajador recibió un corte en la cabeza. Es justo dijo el herido limpiándose la sangre . El marqués, que ha podido aprender el manejo de las armas, debe pegarle al hijo del pueblo.

Le llevó hacia la terraza y cruzaron las anchas avenidas del jardín donde las flores ponían toques de encendido color y donde las madreselvas llenaban el aire con su penetrante perfume. Como el primer día, se apoyó Camila suavemente en su brazo y le hizo admirar de una en una, sus plantas y sus flores.

El pobre viejo se sintió presa de un violento golpe de fiebre: quiso recapacitar y no pudo; los más horribles pensamientos cruzaron por su imaginación; perdido siempre en la habitación, volteó dos o tres muebles, tuvo miedo, se le aflojaron las piernas y cayó desfallecido sobre el piso. Un silencio sepulcral reinaba en las habitaciones, tan profundo, como en la obscuridad que lo rodeaba.

Gonzalo arrojó también lejos de la rodela que llevaba colgada del cinto. El cielo, todo entoldado, de nubes transparentes, esparcía sobre la callada ciudad una lumbre misteriosa de amanecer. Hacia el naciente, nacarada aureola rodeaba la escondida perla del plenilunio. Los aceros se cruzaron. Gonzalo paraba los golpes con maestría, acechando el instante.

Sorprendióse el marqués y miró a su montero con desconfianza. Jamás perdonaba Primitivo la ocasión de acompañarle, y extrañaba su retraimiento entonces. Por la imaginación de don Pedro cruzaron rápidas vislumbres de recelo; y como si Primitivo lo adivinase, probó a disiparlo. Yo tengo ahí que atender al rareo del soto de Rendas.

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