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Actualizado: 23 de mayo de 2025
He visto de espacio sus principales escritos en la famosa edicion del año 1757, que se supone correcta por su Autor, y algunas obrillas junto con el Diccionario Filosófico posteriores á esta edicion. Son dignos de verse los Escritores Franceses que le han impugnado, porque algunos lo han hecho con grandísimo acierto.
Hay algo de ingenua puerilidad en eso. ¡Ay, mis amigos! ¡Si aristocracia quiere decir distinción, delicadeza, tacto exquisito, preparación intelectual para apreciar los tintes vagos en las relaciones de la vida, fuerza moral para elevarse sobre el utilitarismo, pasarán aún muchos siglos antes que la correcta huésped descienda sobre el suelo americano!
Eran máquinas desmontadas, cuyas ruedas yacían empotradas en el barro; calderas enormes, con el cóncavo vientre hundido en pilas de planchas rotas; y entre estos grupos de residuos de la industria, filas y más filas de balcones en correcta formación, y verjas de jardín guardando en sus garras el yeso de las pilastras. Los dos amantes apenas se detuvieron en esta parte del Rastro.
Con serenidad y desenfado respetuoso y en correcta y elegante lengua portuguesa, el anciano contestó al Rey: Yo señor, he nacido en Lisboa. Aquí he pasado los mejores años de mi vida. Pensaba yo permanecer en Portugal muy poco tiempo, y no recelaba que nadie me reconociese, descubriendo y divulgando mi nombre, mi religión y mi casta, tan aborrecida hoy en España toda. Por desgracia no ha sido así.
Rosa contaba con gracia mil pequeños episodios de la vida de la aldea, describiendo con pintoresca, ya que no correcta, expresión los tipos y las actitudes.
El misterioso cocal, siempre cuidado y atendido, la correcta escultura escondida tras los muros del modesto santuario, el antiguo bastón de mando á los pies de la imagen, el laconismo de la jeroglífica cifra, y más que todo, aquel 8 de Enero de 1720, en cuya fecha seguramente se compendiaba alguna ofrenda conmemorativa de pasados sucesos, embargaban fuertemente todo mi ser.
Si iba a una tertulia, un grupo de muchachos la tenía constantemente amurallada; si a la iglesia, otro grupo mayor la esperaba en correcta formación a la salida; si al paseo de la Castellana, apuestos caballeros galopaban en las inmediaciones de su coche sirviéndola de escolta. En el teatro veinte pares de gemelos estaban sin cesar posados sobre ella.
No me venga usted con cuentos de... esa familiona contestó Fortunata, cuyo ánimo estaba bastante aplacado para poder tomar aquella correcta actitud . Ni qué me importa a mí... ¿me entiende usted? Maximiliano se levantó, dio algunas vueltas; pero estaba tan débil, que tuvo que volver a acostarse. Ella, en tanto, seguía observando. No se oía en la vecindad ningún rumor. Por la noche igual silencio.
De él se deriva el vuelva a empezar, sin el cual el mundo se acabaría. ¡Oh!, no, no es posible... No tienen vergüenza si me perdonan. Eso, allá ellos... Lo que me importa a mí es que tú quedes en una situación correcta y sobre todo... práctica. Tienes tú en ti misma poca defensa contra los peligros que a la vida ofrece continuadamente el entusiasmo.
El mantel adamascado, más terso que fino; los platos pesados, gruesos; de blanco mate con filete de oro; las servilletas en forma de tienda de campaña dentro de las copas grandes, la fila escalonada de las destinadas a los vinos; las conchas de porcelana que ostentaban rojos pimientos, cárdena lengua de escarlata, húmedas aceitunas, pepinillos rozagantes y otros entremeses; la gravedad aristocrática de las botellas de Burdeos, que guardaban su aromático licor como un secreto; los reflejos de la luz quebrándose en el vino y en las copas vacías y en los cubiertos relucientes de plata Meneses; el centro de mesa en que se erguía un ramillete de trapo con guardia de honor de dos floreros cilíndricos con pinturas chinescas, de cuya boca salían imitaciones groseras de no se sabía qué plantas, pero que a don Pompeyo le recordaban la cabellera rubia y estoposa de alguna miss de circo ecuestre; las cajas de cigarros, unas de madera olorosa, otras de latón; los talleres cursis y embarazosos cargados con aceite y vinagre y con más especias que un barco de Oriente...; todo contribuía a deslumbrar al buen ateo, que contemplaba sonriendo y fascinado el conjunto claro, alegre, fresco, vivo, lleno de promesas, de la mesa aún pulcra, correcta, intacta.
Palabra del Dia
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