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Actualizado: 16 de junio de 2025
Sobre ella se ven las armas imperiales, pintadas en la pared; obra, sin duda, del mismo autor de aquella leyenda conmemorativa. Con lo cual terminan todas las cosas que hay que notar en el salón-mirador ó vestíbulo del humilde Palacio de Yuste. Entramos, pues, en el Palacio.
Concebimos bajo las mismas leyes intelectuales, como aspiramos a la fortuna con idéntico propósito, así como, con igual desenfado, la echamos por la ventana, una vez conseguida. Un bogotano, un cachaco exquisito, pobre como Adán, había tenido la suerte de ser designado por el gobierno para conducir a Quito no sé qué piedra conmemorativa de la independencia.
Para que tan ilustre nombre pasase a los pósteros, así lo dijo en cabildo pleno el pomposísimo Cicerón, el apellido ilustre del general fué aplicado a todo establecimiento público, escuela, teatro, hospital, paseo, etcétera, etcétera. Una lápida conmemorativa, los villaverdinos se parecen por la epigrafía, señala al viajero la casa en que nació el grande hombre.
El misterioso cocal, siempre cuidado y atendido, la correcta escultura escondida tras los muros del modesto santuario, el antiguo bastón de mando á los pies de la imagen, el laconismo de la jeroglífica cifra, y más que todo, aquel 8 de Enero de 1720, en cuya fecha seguramente se compendiaba alguna ofrenda conmemorativa de pasados sucesos, embargaban fuertemente todo mi ser.
Aunque en el engreído meollo de Rosalía Bringas se había incrustrado la idea de que la credencial aquella no era favor sino el cumplimiento de un deber del Estado para con los españolitos precoces, estaba agradecidísima a la diligencia con que Pez hizo entender y cumplir a la patria sus obligaciones. El reconocimiento de D. Francisco, mucho más fervoroso, no acertaba a encontrar para manifestarse medios proporcionados a su intensidad. Un regalo, si había de ser correspondiente a la magnitud del favor, no cabía dentro de los estrechos posibles de la familia. Había que pensar en algo original, admirable y valioso que al bendito señor no le costara dinero, algo que brotase de su fecunda cabeza y tomara cuerpo y vida en sus plasmantes manos de artista. Dios, que a todo atiende, arregló la cosa conforme a los nobles deseos de mi amigo. Un año antes se había llevado de este mundo, para adornar con ella su gloria, a la mayor de las hijas de Pez, interesante señorita de quince años. La desconsolada madre conservaba los hermosos cabellos de Juanita y andaba buscando un habilidoso que hiciera con ellos una obra conmemorativa y ornamental de esas que ya sólo se ven, marchitas y sucias, en el escaparate de anticuados peluqueros o en algunos nichos de Camposanto. Lo que la señora de Pez quería era... algo como poner en verso una cosa poética que está en prosa. No tenía ella, sin duda por bastante elocuentes las espesas guedejas, olorosas aún, entre cuya maraña creyérase escondida parte del alma de la pobre niña. Quería la madre que aquello fuera bonito y que hablara lenguaje semejante al que hablan los versos comunes, la escayola, las flores de trapo, la purpurina y los Nocturnos fáciles para piano. Enterado Bringas de este antojo de Carolina, lanzó con todo el vigor de su espíritu el grito de un eureka.
Una pirámide do granito y piedra, algunos nombres escritos que valen por un poema, un leon en relieve, una inscripcion conmemorativa y un doble círculo de cipreses, he ahí lo que basta para recordar á los Españoles que en aquel sitio sufrieron su martirio glorioso algunos defensores de la independencia y la libertad, y que no es digno de su patria ni de llamarse ciudadano sino el que sabe darse todo con abnegacion á la causa que la justicia, el derecho y el honor santifican.
Era el 16 de julio; en este día la Iglesia celebra, además de la advocación del Carmen, el Triunfo de la Santa Cruz, fiesta conmemorativa de la gran batalla de las Navas de Tolosa, ganada contra los infieles por castellanos, aragoneses y navarros, en aquellos mismos sitios donde nosotros nos batíamos con Francia, y en el mismo 16 del mes de julio. Habían pasado quinientos noventa y seis años.
El devoto Caragòl era iracundo y malhablado como un profeta cuando consideraba en peligro su fe. «¿Quién era el hijo de pulga que se atrevía á dudar de lo que él había visto?...» Y lo que él había visto era la fiesta de los peixets, que se celebraba todos los años, oyendo á doctísimos varones el relato del milagro en la capilla conmemorativa edificada al borde del barranco.
La bula expedida por el papa Paulo II en el año de 1470, estableciendo una fiesta conmemorativa del Infante, describe en pocas palabras los tristes sucesos de su vida, de esta manera: «Ferdinandus infans Portugaliæ... qui ad expugnationem infidelium in Africam transfretavit et pro liberatione.
Palabra del Dia
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