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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Firmad vos una por una, dixo Almona, Con mucho gusto, respondió el sacerdote, con la condicion de que sean vuestros favores premio de mi condescendencia.
Entre algunos chistosos comenzó a llamárseles I promessi spossi. Y como suele suceder, al cabo de algunos meses llegaron a aburrir a la gente. ¡Pero, señor! ¿cuándo se casan estos chicos? D.ª Carolina consintió al fin, a ruego de Mario, en tutearle, y hasta llevó su condescendencia a permitir que la llamase mamá, todo en secreto por supuesto y cuando Sánchez no se hallaba presente.
Nunca bebía licores y aquella tarde, distraído, sin saber lo que estaba haciendo, había apurado la copa de chartreuse o no sabía qué, servida por la Marquesa. Fortunato leía las pruebas y seguía sonriendo. No parecía temer ya al Magistral. Horas antes esquivaba quedarse a solas con él de miedo a que le reprendiese por su condescendencia con las señoras protectrices de la Libre Hermandad.
La razón de esta condescendencia era que Pepe Castro no había venido por mandato expreso de su tía la marquesa de Alcudia. Las negociaciones matrimoniales, llevadas con gran sigilo, exigían cada vez más prudencia. Como Maldonado era tan íntimo amigo del dueño de su corazón, Esperancita sentía cierto deleite teniéndole a su lado.
Ya no se contentaba con reunir en su casa a la juventud laciense y bailar de vez en cuando por condescendencia.
Pues si quieres que ella te borde la ropa, por mí... repuso doña Paula mirando a su hija con una condescendencia maliciosa. ¡No digo eso, mamá! exclamó ésta toda apurada. Sólo digo que me gusta más el bordado de Nieves que el de Martina. Al poco rato ya había consentido en discutir la cuestión de la ropa. Tratáronla en todos sus aspectos con la gravedad y el cuidado que merecía.
La de Raynal manifestaba una alegría de niña; encontrábase en su elemento y recibía con majestuosa condescendencia, digna de la condesa, los homenajes de la jardinera, que cuidaba el inmueble y que fue a ponerse a las órdenes de los «parientes» de sus propietarios, como aquellas señoras habían sido designadas, por una ingeniosa delicadeza, en la carta anunciando su llegada y poniendo generosamente la casa a su disposición por todo el mes de julio.
Vienen ricos de fortuna indiscutible, como ese doctor y su inmensa tribu que hicieron el viaje con nosotros desde Madrid; la viuda de Moruzaga, otra argentina, con sus cinco hijas, unas niñas modositas y simpáticas que recitan monólogos en francés, se entienden entre ellas en inglés, y a veces, por condescendencia, hablan conmigo en castellano; y con ellos otros propietarios de menos brillo, pero igualmente sólidos, que vuelven a sus estancias del interior. ¡Gentes interesantes y buenas!
Su rostro, perfectamente esferoidal, descansaba sin más intermedio sobre el busto; y su pelo, negro aún por una condescendencia de los años, y partido en dos zonas sobre la frente, le tapaba entrambas orejas, recogiéndose atrás.
Y todavía, mi general, en mi país, cuando a propósito de Macao, se habla del Imperio Celeste, los patriotas se pasan los dedos por las greñas y dicen negligentemente: «Mandamos allá cincuenta hombres y barremos la China». Después de citar esta sandez, quedamos silenciosos. El general, tosiendo formidablemente, murmuró luego, con condescendencia: ¡Portugal es un bello país!
Palabra del Dia
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