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Actualizado: 1 de junio de 2025


La vieja condesa era una mujer de la misma madera que su hijo, alta, seca, huesuda, modelada como una tabla, plantada majestuosamente sobre dos grandes pies, morena hasta dar miedo a los niños, con una mueca aristocrática que parecía una sonrisa, y el pelo gris partido. Escuchó el relató de don Diego con la condescendencia rígida y desdeñosa de otras épocas para las pequeñeces de hoy.

Pepe sabía que la religión es, con respecto del incrédulo, lo que la seducción respecto a la mujer: el primer favor, la primera condescendencia, es prenda de vencimiento inevitable. Hasta dónde puede llegar el triunfo, nadie lo sabe; que así como la virtud, rendida por la pasión, pierde su albedrío, así el alma, avasallada por la fe, reniega de su propio criterio.

Nuestro joven la miró entonces con más atención y bajando de su pedestal académico la trató con menos condescendencia. Se vieron a menudo, unas veces en casa de Escudero, otras en el Sotillo, adonde éste solía ir con su familia algunos días. En cada una de estas entrevistas el sabio ateneísta perdía un poco de su majestad.

Creo que debo alejarle de , que tanto le amo y que tanto le mimo por añadidura; y por otra parte, he de mimarle por condescendencia. ¡Cuan difícil es formar un hombre!... Tanto mi marido como yo nos encontramos apurados para acertar en lo que debemos hacer con él.

Nada de eso, señora respondió con bondad el cura; es el primer vagido de una personalidad que se ignora. ¡Singular vagido! dijo la abuela. En fin... a San Pablo y San Agustín se lo debemos añadió con rencor. Verdaderamente, no puedo digerir eso... , respondió el cura con condescendencia, ya lo digerirá usted. Ya verá, ya verá.

Encuentro que no se consulta lo suficiente al corazón en nuestra sociedad francesa, cuando se trata de un acto tan importante como es el del matrimonio. Por suerte para , mis parientes dejaron que hablase el mío; y gracias a la condescendencia de mis buenos padres, soy feliz actualmente. 18 de julio de 1818.

Aquel día mi chiquita no salió al balcón, sin duda avergonzada de su condescendencia; pero al siguiente la hallé dispuesta y aparejada al combate de miradas, señas y sonrisas, que ya no escasearon por ambas partes. Una hora o más duraba todas las tardes este juego, hasta que se oía llamar y se retiraba apresuradamente.

Palabra del Dia

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