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Actualizado: 4 de octubre de 2025


No pequeña parte del castillo estaba muy cómoda, elegante y hasta ricamente amueblada aún, gracias al esmero cuidadoso de la Condesa viuda. Tapices flamencos cubrían las paredes de dos amplios salones. Los antiguos muebles se hallaban en perfecto estado de conservación. En las alcobas había camas de roble primorosamente esculpido y con colgaduras de damasco.

Despedida de Sariaya. Un santo y un hombre honrado. Exactos como cronómetro inglés nos encontramos á las siete de la mañana en el gran salón de la escuela, cuyo techo estaba revestido de verde ramaje, formando una pintoresca bóveda, de la que pendían una gran variedad de frutos. Los huecos de las conchas y ventanas cerraban colgaduras, banderolas, grímpolas y gallardetes.

A las once y media llegaron los coches de luto. En el primero de ellos entraron Amaury y el doctor que, rompiendo con la costumbre que no permite a los padres seguir el cadáver de sus hijos, quiso formar parte del cortejo fúnebre. Llegaron a la iglesia, cuyas naves, coros y capillas, estaban enteramente adornados con blancas colgaduras.

Ya en varias ocasiones anteriores había ocupado esta misma pieza, y la conocía bien, con su gran cama antigua, tallada, de cuatro pilares, sus anticuados tapices y colgaduras, cómodas y guardarropas de estilo rey Jacobo y su cielo raso de roble bruñido. Después de hacerme una ligera toilette, volví a reunirme en la biblioteca con mi elegante y delicada joven huéspeda.

Pálido y frío estaba en su cama de randas y colgaduras el emperador, y los mandarines todos lo daban por muerto, y se pasaban el día dando las tres vueltas con los brazos abiertos, delante del que debía subir al trono. Comían muchas naranjas, y bebían con limón. En los corredores habían puesto tapices, para que no sonara el paso. No se oía en el palacio sino un ruido de abejas.

No permaneció mucho tiempo solo el español. Le pareció oir muy lejos, como apagadas por las colgaduras y los tabiques, voces que casi eran gritos. Luego sonaron pasos más próximos, se levantó violentamente un cortinaje y entró Elena en la biblioteca seguida de su esposo. Era una Elena transformada también por los acontecimientos.

Luego dijo que sintió como que en el pecho se le abría una flor, y como que se le encendía en la cabeza un palacio, con colgaduras azules de flecos de oro, y mucha gente con alas: luego dijo todo eso, pero entonces, nada se le oyó decir.

El rostro pálido de Beatriz, con sus grandes pupilas y sus luengas pestañas como llorosas, posábase ahora sobre la página de su libro de oraciones, sobre las colgaduras del lecho, sobre el mismo Crucifijo, al cual confiaba su cuita. Fantasma fatuo y caprichoso como una llama volátil, y ante el cual su corazón se fundía de ternura.

Abrí por curiosidad, y mis miradas se hundieron en una verdadera capilla ardiente, de la que se desprendían perfumes desconocidos... Colgaduras por todas partes, alfombras... una lámpara de iglesia pendía del cielo raso... y, allá, en el fondo, sobre un estrado, se alzaba una especie de catafalco, con adornos dorados y un cubrepiés de seda... ¿Y allí dentro era donde habría tenido que dormir yo?

No hay que decir que la lavanderilla se asustó y afligió con esto, resignándose a no dormir, como a no comer se había ya resignado; y para distraer el hambre y el sueño se puso a registrar cuantos objetos había en la alcoba, llevando su curiosidad hasta levantar las colgaduras y los tapices.

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