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Actualizado: 4 de junio de 2025


Y por esa, fijando su mirada en aquella cruz tosca de madera enfrente de él en la pared colgada, mientras la muerte su semblante altera así piensa en su mente, casi helada: «Yo no hice á nadie mal; nunca en mi vida »en venció al deber pasion alguna, »y al bien y á la virtud con ánsia ardiente »mis fuerzas consagré desde la cuna. »La oracion y el ayuno, rudamente »á la carne rebelde han amansado, »y ha sido de mi vida en el pasado »mi orgullo la humildad, mi lecho el suelo, »mi amor el bien y mi ambicion el cielo. »Mas por cuidar del alma, he descuidado »el cuerpo á mi custodia confiado, »y devuelvo á la tierra sus despojos, »por rudas penitencias macerado, »blandas las carnes y los nervios flojos. »Yo, del caudal de fuerzas en unidas »para crecer al riego del trabajo, »sin pensar que mi vida era cien vidas, »que nada creó Dios que inútil sea, »enamorado loco de una idea »he dejado los gérmenes secarse »sin cumplir su mision, comun á todo, »de crecer, dar el fruto, y trasformarse... »Justo será el castigo, aunque severo... »¡Tu mandato, Señor, olvidé impío! »¡En vano de mi afan el logro espero! »Culpable soy... ¡Perdon! ¡Perdon, Dios mio!» Y al elevar sus ojos á la altura, una lágrima, mundo de amargura, cae de sus ojos á sus labios yertos; suspira, un nombre y un adios murmura, y queda con los ojos entreabiertos.

La otra puerta era la de la taberna, la que estaba abierta desde una hora antes de apuntar el día y por las noches hasta las diez, marcando sobre el negro camino como un gran rectángulo rojo la luz de la lámpara de petróleo colgada sobre el mostrador. Tenían las paredes zócalos de ladrillos rojos y barnizados, á la altura de un hombre, con una orla terminal de floreados azulejos.

Hagáis lo que hagáis, esos animales siempre mordisquean y roen; y lo mordisquean y lo roen todo, hasta la cofia del domingo, si está colgada a su alcance. Para ellos tanto da, que Dios los ayude. Es la dentición lo que los pone así, eso es. De modo que Eppie fue criada sin castigos, soportando en cambio el peso de sus fechorías su padre Silas.

¡Aquello era un escopetazo! ¿Pero cómo diablo?... ¿Se había vuelto loco?... ¿Qué era aquello, señor?... ¡Vamos a ver, vamos a ver!... Nada; don Mariano no pudo decir nada, porque antes de que pudiera decir, hacer o pensar algo, ya tenía a su hija colgada del cuello llorando a lágrima viva. ¿Qué le restaba al noble caballero? Llorar también.

Esa es una confusión de ideas contestó Rafael , como todas las que generalmente tienen los extranjeros sobre las cosas de España; y así no hay ninguno que no crea a puño cerrado que cada gañán arando, lleva colgada a su lado la espada distintiva de caballero.

Dobló el pliego para meterlo en un sobre, y luego puso éste en el bolsillo interior de una levita colgada cerca de él. «Si caigo mañana pensó , encontrarán esta carta sobre mi pecho. Encargaré á Watson, antes del duelo, que en caso de muerte la envíe á mi familiaUna hora después su adversario entraba en la casa de Moreno.

Iría al cortejo; tenía buenos compañeros que le defendiesen en caso de apuro. Y miraba la escopeta colgada de la pared, luego de pasar sus ojos por la faja, donde ocultaba el revólver. Pep bajó la cabeza con desaliento. Lo mismo había sido él cuando joven. Las mujeres hacen cometer las mayores locuras. Era inútil insistir para convencer al señor, testarudo y soberbio como todos los suyos.

Desempeñó en Méjico el cargo de Intendente general durante muchos años, y de allá vino nadando en oro; casó en Madrid con una señora de la cepa ilustre de Pacheco, y labró esta casa sobre la más modesta, aunque no menos hidalga, en que él había nacido... Pero de este preclaro ascendiente nuestro ya me has oído hablar muchas veces, lo mismo que de este otro que le sigue, con hábitos de sacerdote y la medalla de la Inquisición colgada del cuello.

Algo de extraordinario debía de haber pasado durante su ausencia, y la fuga de Graciana había sido notada. La sirviente tuvo un acceso de nervios muy común entre las francesas y no se atrevió a entrar: colgada del brazo de Alejandro, tiritaba de miedo. El pardo vacilaba también, y caballeresco como era, no se atrevía a comprometer ni a abandonar a Graciana en la puerta.

No tenía más que unas cuantas ventanas distribuidas caprichosamente por ella, lo cual me hizo presumir que lo principal de él debía dar a algún jardín. El portal grande, cuadrado y feo, extremadamente limpio. Empotrada en la pared una hornacina con cristal donde se veía la imagen de la Virgen, a la cual alumbraba una lámpara de aceite colgada del techo.

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