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Fernando, advertido por el codo del compañero, se fijó en sus cabellos, de un rubio obscuro, recogidos en forma de casco; en sus ojos claros y temblones como gotas de agua marina, que se elevaron unos instantes del libro para mirarle con tranquila fijeza; en el color blanco de su cuello, una blancura de miga de pan ligeramente dorada por el sol y la brisa del mar.

Hullin se sentaba entre los leñadores, los carboneros, los schlitteros, frente a un gran fuego hecho con serrín, y mientras giraba la pesada rueda, retumbaba la presa y rechinaba la sierra, él, con el codo apoyado en la rodilla y la pipa en los labios, hablaba a aquella buena gente de Hoche, de Kléber y, por último, del general Bonaparte, a quien había visto cien veces, describiendo su rostro enjuto, sus ojos penetrantes y su perfil de águila, como si le tuviera presente.

No tiene otra ocupación en el buque que empinar el codo. Es una mujer interesante murmuró Ojeda . ¡Y tan tímida!... Aguardaba todas las tardes a que el salón quedase desierto. Descendían las familias a sus camarotes para dormir la siesta; otros pasajeros se acostaban en las sillas largas del paseo; sólo permanecían algunos en el jardín de invierno.

Tiempo sobrado nos quedará después para hablar de eso... y entregarme yo a la Guardia civil para que, atado codo con codo, me lleve a la cárcel, y después me den garrote vil en la plaza de Villavieja. ¡A usted, Leto? A , ; porque, en buena justicia, debió de haberme tragado la mar en cuanto la puse a usted en brazos de Cornias.

Saludaba yo a la condesa, cuando se me acercó doña Flora, y pellizcándome bonitamente con todo disimulo el brazo por punto cercano al codo, me dijo: Se está usted portando, caballerito. Casi un mes sin parecer por aquí. Ya que se divirtió usted en el puente de Suazo con las buenas piezas que llevó allí el Sr. Poenco hace ocho días... ¡Bonita conducta!

Pero como un inglés, a la caída de la noche, en mangas de camisa por el calor, y con una botella de whisky al lado, es cien veces más circunspecto que cualquier mestizo, míster Hall no levantó la vista del disco. Con lo que vencido y conquistado, Candiyú concluyó por arrimar su caballo a la puerta, en cuyo umbral apoyó el codo. Buenas noches, patrón ¡Linda música! , linda repuso míster Hall.

Fray Diego de Chaves, acercándose a una de las ventanas, púsose a mirar hacia el campo. El monarca más poderoso de la tierra, el rey taciturno y papelero, estaba sentado en una silla frailuna, con una pierna extendida sobre un taburete y el codo apoyado en una tosca mesa de roble, anotando sin cesar, con su propia mano, pilas enormes de documentos.

Pero el noble bretón les miraba con sus hermosos y tranquilos ojos, y escuchaba impasible sus maldiciones, el codo sobre la mesa y la barba apoyada en la mano. Dejó que se exhalase el descontento general y dijo con voz sosegada: Si el señor Marenval quiere escucharme, voy á contarle lo que . ¿Y por qué á él y no á nosotros?

Allí había heteos, amorreos y jebuseos; caballeros de la casa de Abinadab, rey de Kiriath-Yarin; dos sobrinitos de Og, rey de Basan, a quienes apenas apuntaba el bozo y tenían ocho codos de estatura; varios nietos de Hamnon, rey de los Amonitas; y para complemento de hermosura, como dice Ezequiel, hablando de los pigmeos de Tiro, una pequeña tropa de idénticos pigmeos, que no se levantaban un codo de la tierra, pero que eran certeros y terribles disparando ponzoñosos dardos.

Tiene razón el maestro Curtis dijo la fundadora, poniendo la cara más severa que le fue posible . A la cárcel van atados codo con codo, si no se portan hoy como es debido, hoy que viene a honrar esta casa el... La interrumpió un sacerdote anciano que entró y fue derecho hacia ella. Era el Padre Nones. «Buenos días, maestra. Ya está usted en planta, oficiando de capitana generala».