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Actualizado: 10 de junio de 2025


¡Carma, Juan! No embarullarse. «¡Mardita sea!...» ¿Y siempre le iba a ocurrir lo mismo? ¿Era que ya no podría meter el brazo entre los cuernos, como en otros tiempos, clavando el estoque hasta la cruz? ¿Iba a pasarse el resto de su vida haciendo reír a los públicos?... ¡Un buey, al que habían tenido que dar fuego!...

El animal parecía amaestrado por el lidiador, le obedecía en todos sus movimientos, hasta que éste, dando por terminado el juego, abría sus brazos con una banderilla en cada mano, erguía sobre las puntas de los pies su cuerpo esbelto y menudo, y marchaba hacia el toro con majestuosa tranquilidad, clavando los palos de colores en el cuello de la sorprendida fiera.

Pensadores como López, como Ibarra, como Facundo, ¿eran los que con sus estudios históricos, sociales, geográficos, filosóficos, legales, iban a resolver el problema de la conveniente organización de un Estado? ¡Eh!... Dejemos esas torpezas a don Juan Manuel Rosas, que sabe que, clavando a los hombres un trapo colorado en el pecho, las cuestiones están resueltas.

Al día siguiente, encerrado con el general en uno de los dos kioscos del jardín, le conté mi lamentable historia y los motivos fabulosos que me impulsaron a venir a Pekín. El héroe me escuchaba silencioso, retorciéndose sombríamente su espeso bigote de cosaco. ¿Sabe usted el idioma chino? me preguntó de repente, clavando en sus pupilas sagaces.

Y eso les ayudaba a pasar las horas de un modo agradable. Hullin, que se había quedado solo frente a su lamparilla de cobre, ferraba los zuecos del anciano leñador; ya no se acordaba del loco Yégof; subía y bajaba el martillo clavando gruesos clavos en las recias suelas de madera, de una manera automática, por la fuerza de la costumbre.

Es indispensable. No me pregunte usted qué remedio necesita dijo el médico clavando los ojos en Juan . Mucho reposo, mucho aire limpio, mucho olor de árboles. Llévenmela donde haya calor, estos tiempos húmedos pueden hacerle mucho daño. Si mañana mismo pueden ustedes disponer el viaje, sea mañana mismo. Pero, niña, no se me vaya a ir sola.

Levantéme y volví á caer de nuevo sobre el banco de piedra, clavando una mirada estúpida en las tinieblas en que entreveía vagamente el contorno de la joven. Una sola idea se me ocurrió, pero una idea terrible; era que el miedo y el pesar la turbaran el cerebro y que fuera á enloquecer. ¡Margarita! exclamé sin saber lo que decía. Esta palabra acabó sin duda de irritarla.

Quintín continuaba mudo. Tenía la seguridad de que la menor imprudencia de sus labios contra Carola empeoraría la situación, y con su mujer tampoco se atrevía. ¿Qué hacíais? preguntó Frasquita, clavando los ojos en el desnudo pecho de la corista pecadora. Carola miraba socarronamente al estanquero, diciéndole con retintín: ¿Y es esto lo que usas pa diario?

»Adivinando yo su intención, en cuanto comenzó a hablar, la miré fijamente clavando mis ojos en los suyos, que acabaron por bajar su mirada, mientras su rostro se teñía de vivo carmín. Cuando volvió a alzar la vista, arrojose llorando en mis brazos y yo la estreché contra mi pecho. » ¡Tío! ¡tío! exclamó con voz ahogada por los sollozos. No tengo yo la culpa, se lo juro.

Hay muchos liberales que, por ser enemigos del Gobierno, se alegran de las ventajas carlistas. Contra estos truena en patriótica indignación don José de Relimpio, el cual se compra un mapa de Vizcaya y, clavando sobre él alfileres, sigue y escudriña y estudia con sublime anhelo los movimientos militares. Mayo. Bilbao es libre. Alegría, repiques, farolitos.

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