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Actualizado: 16 de noviembre de 2025


Sonrióse el arquero, y de pronto se lanzó sobre su contrincante con la velocidad del rayo, rodeó con su pierna la de Tristán y enlazándole la cintura con sus nervudos brazos, procuró hacer caer de espaldas al gigante.

Las garrochas que llevaban al hombro eran tan gigantescas en la sombra, que su línea obscura perdíase en el horizonte. A un lado brillaba el curso del río como una lámina de acero enrojecida medio oculta entre hierbas. Doña Sol miró a Gallardo con ojos imperiosos. Cógeme de la cintura. El espada obedeció, y así marcharon, con los caballos juntos, unidos los dos jinetes del talle arriba.

El señorito de Limioso se levantó resuelto a acompañar al de Ulloa en la excursión cinegética, para lo cual tenía prevenido lo necesario, pues rara vez salía del Pazo de Limioso sin echarse la escopeta al hombro y el morral a la cintura.

El inquisidor general, arrancó la daga al joven, y le quitó la espada. Mirad, fray Luis, mirad si tiene pistoletes á la cintura dijo Quevedo. El padre Aliaga, en silencio como hasta allí, registró la cintura de don Juan y le quitó dos pistoletes. ¡Ah, ya era tiempo! ¡ya no podía resistir más! dijo Quevedo soltando al joven.

Si aquéllos eran feos o muy grandes, no proseguía el examen; si el cuerpo no era airoso, desviaba la vista: mujer en quien llegase a investigar con la mirada el color del pelo, la forma del cuello o el encaje de la cabeza sobre los hombros, podía mostrarse orgullosa de sus pies y su cintura.

Más de diez veces les habló Martí a fuerzas cubanas en guerra y siempre les dejó la mente en alto y el alma contenta. ¡Todavía viven algunos de los que oyeron a caballo y con la mano a la cintura su elocuencia arrebatadora: todavía viven algunos de los que le vieron sin cansancio y sin fatiga andando con el rifle al hombro por las montañas agrias, por los pedregales ásperos, por los ríos creídos, por las ciénegas espantables.

Y la rodee un brazo a la cintura. ¡Oh! ¡qué es esto! ¡Dios mío! exclamó Amparo levantándose pálida como un cadáver. Mis celos son justos dije fingiéndome desesperado tu amor hacia un ser misterioso, te hace horrible toda demostración de amor por mi parte.

El traje, muy sencillo, de color lila, ceñido sin pliegue a la cintura alta, oprimía algo los senos pequeños. Llevaba puesto el sombrero, cuyas alas anchas, ajustándose ligeramente bajo el mentón, envolvían toda la cabeza en una randa de pluma: el rostro fino irradiaba. Distraía los ojos, recogiendo a veces, bajo las pestañas, una larga expresión extenuada. No cesaba de sonreír.

Pero en el tercer encuentro la lanza del barón se clavó entre las barras de la celada del contrario, arrancándole de golpe la visera, á tiempo que el de Bohemia, con singular mala suerte, desviaba su lanza y daba con ella fuerte golpe en el muslo de Morel, contra todas las reglas del torneo, que prohibían herir al contrario de la cintura abajo y declaraban vencido al que tal hiciera.

Los ojos de éste comenzaron a ponerse encendidos y encarnizados, como los de un lobo, su sangre llameó repentinamente y con brusco ademán la sujetó brutalmente por la cintura. Fernanda dejó escapar un grito ahogado. ¿Qué tienes?... ¿Por qué te enfadas?... ¡Déjame!... ¡Déjame, bruto! Luchó, forcejeó con desesperación, pero no logró desasirse...

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