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Actualizado: 16 de julio de 2025
-Ella no me preguntó nada -dijo Sancho-, mas yo le dije de la manera que vuestra merced, por su servicio, quedaba haciendo penitencia, desnudo de la cintura arriba, metido entre estas sierras como si fuera salvaje, durmiendo en el suelo, sin comer pan a manteles ni sin peinarse la barba, llorando y maldiciendo su fortuna.
Por todo arreo llevaba Nieves una túnica lisa de color de barquillo, muy ajustada al airoso talle, y un sombrerito de paja del tono del vestido, de los guantes y de la sombrilla; y por todo adorno del traje, dos toques o notas verde mar: una en el sombrero y otra en la cintura.
Instalose con Ana en el paraíso, donde se amontonaba inmensa concurrencia, que les metía los pies por la cintura, los codos por las ingles; a duras penas lograron las dos muchachas apoderarse de su sitio; al fin consiguieron embutirse de medio lado en delanteras, y allí se mantuvieron prensadas, comprimidas, sin ser dueñas ni de enjugarse el sudor de la frente. El calor era espeso, asfixiante.
Kernok subió con agilidad por la banda del brick y saltó sobre el puente. El contramaestre quedó impresionado de su palidez y de la alteración de sus facciones. Su cabeza desnuda, las ropas en desorden, la vaina sin puñal que pendía a su cintura, todo anunciaba un acontecimiento extraordinario.
Enrollada la saya en torno de la cintura, tocada la cabeza con un pañuelo de lana, cuyos flecos le formaban caprichosa aureola; asido el ramo de tejo, de cuyas ramas pendían rosquillas, estaba la peregrina que va a la romería famosa a que no se eximen de concurrir, según el dicho popular, ni los muertos; a su lado, con largo redingote negro, gruesa cadena de similor, barba corrida y hongo de anchas alas, el indiano, acompañábanle dos mozos de las Rías Saladas, luciendo su traje híbrido, pantalón azul con cuchillos castaños, chaleco de paño con enorme sacramento de bayeta en la espalda, faja morada, sombrero de paja con cinta de lana roja.
Sintió que la sujetaban por la cintura y le daban un beso en la nuca. «Era el otro; ¡pobre, no sabía lo que le aguardaba!». Don Álvaro, después de su conversación con Ana, la había hecho retirarse y se había quedado solo en el comedor para «dar el ataque» a Petra y proponerle, entre caricias, de que cada día le pesaba más, el cambio de amos.
Ataron a Lescoët a una escala de cuerdas, los brazos en alto y el cuerpo desnudo hasta la cintura. Estamos dispuestos dijo Zeli. Kernok hizo un signo, y la cuerda silbó y resonó sobre la espalda de Lescoët. Hasta el sexto golpe se comportó muy decorosamente; no se oía más que una especie de gemido sordo que acompañaba cada zurriagazo.
Clementina se dejaba adular, respiraba con delicia aquel tufillo de incienso. En cambio prometía que ni un céntimo perdería Pepa de su capital. Bajaron la escalera cogidas por la cintura, charlando como cotorras. Al llegar a la puerta del salón, antes de soltarse se dieron un apretado y cariñoso beso.
No es nada contestó . ¿Querrás traerme un poco de agua?» Al punto llamé a mi amo. «¿Qué es eso, la herida de la mano? preguntó éste examinando al joven. No, es algo más», repuso D. Rafael con tristeza, y señaló a su costado derecho cerca de la cintura.
Capeábanle los mozos alegremente, y fue el caso que uno de ellos, más valentón que sus compatriotas, en vez de sortear al novillo, se dejó sortear por él; notable equivocación: enganchole el asta retorcida de la faja que en la cintura traía, y aún no se sabe cuáles hubieran sido las vicisitudes del jaque a no haber acudido en su auxilio dos primos suyos, movidos de aquel impulso natural que todos tenemos de amparar a los que andan enredados con animales cornudos.
Palabra del Dia
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