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Súbito, con movimiento imprevisto, la joven devota sacó los brazos desnudos de la cama y se los echó al cuello, atrajo su rostro hacia el de ella con inusitada fuerza y le dio un beso prolongado, frenético, en los labios, y después otro y otro. El sacerdote forcejeó en vano por desasirse.

Soltola, en efecto, pero fue para echarle los brazos al cuello y apretarla contra su pecho, loco, perdido de amor, aplastando sus labios con besos brutales, frenéticos. La dama forcejeó rabiosamente para desasirse, y lo logró, haciendo tambalearse a su marido de un empellón. ¡Te he dicho que no quiero, que no quiero! le gritó con voz colérica.

Por fin las campanas de San Vicente comienzan a repicar anunciando la salida de los reos, y a ambos lados de la Calle Ancha, los soldados acuestan las alabardas conteniendo con pena al gentío, cuyo forcejeo incesante amenaza romper la doble valla de madera que viene de las cárceles y circunda uno y otro cadalso. La procesión se acerca. Un resplandor de alabardas cruza la Calcetería.

Pero nada fué bastante á disminuir aquella ferocidad, y fué preciso que algunos de los nuestros con evidente peligro de sus vidas los buscasen, para sacarlos de las profundas cuevas en que se habian metido, donde se dejaron hacer pedazos, antes que entregarse: y hubo rebelde, que ganando el tercio del fusil al soldado que lo perseguia, forcejeó atrevidamente con intencion de despeñarle, y lo hubiera conseguido por lo escarpado del terreno, si no lo socorriese prontamente un compañero suyo.

Gonzalo ayudó con el hombro. Por fin, después de un vano forcejeo, convinieron en escalar juntos la tapia. Gonzalo apoyó su pie en el muslo de Ramiro y, cuando se hubo encaramado, tendió desde arriba la mano a su rival, ayudándose uno a otro como en los desafíos de los libros caballerescos y como lo hicieran Amadís, Rugero o Esplandián, con su valiente cortesanía. Era una cantera abandonada.

Luchaban al destaparse las mujeres con las mangas de la camisola o de la gruesa elástica, y en este forcejeo se les abría el pecho, mostrando escapularios y medallas sobre las flacideces de la maternidad.

Los ojos de éste comenzaron a ponerse encendidos y encarnizados, como los de un lobo, su sangre llameó repentinamente y con brusco ademán la sujetó brutalmente por la cintura. Fernanda dejó escapar un grito ahogado. ¿Qué tienes?... ¿Por qué te enfadas?... ¡Déjame!... ¡Déjame, bruto! Luchó, forcejeó con desesperación, pero no logró desasirse...

Volvió, al fin, después de un cuarto de hora trayendo una muy grande, llena de orín, con un tarjetón de pergamino colgando, en que se leía: Oratorio. La llave entró rechinando en la cerradura, y en vano forcejeó Germán para hacerla dar vueltas; preciso fue sacarla de nuevo, untar las guardias con aceite, e introduciendo un palo por el ojo, giró al cabo al sexto o séptimo empuje.

El padre jesuita era un héroe lejos de las llamas. Ahora verán ustedes con qué piedad evangélica relata la muerte de mi abuelo. Y abriendo Valls el libro por una página señalada, leía con lentitud: «Mientras llegó sólo el humo a él, era una estatua; en llegando la llama, se defendió, se cubrió y forcejeó como pudo, y hasta que no pudo más.