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Actualizado: 19 de junio de 2025
La fresca y sencilla corona de azahar que ciñe la frente de la jóven desposada, no tiene mas encanto y mas poesía que esa angosta cenefa en aquellos garbosos arcos, limpios y desnudos de todo ornato, restos de un monumento que puede considerarse como la creacion mas gallarda y robusta del genio islamita en España.
Los testigos ponen fin a esta agradable conversación; los adversarios son conducidos a sus sitios; aquéllos hácense un poco atrás; el famoso Julio pronuncia la palabra sacramental: «¡Adelante, caballeros!» De común acuerdo, siguiendo las enseñanzas del maestro, ambos combatientes dan un brinco hacia atrás; ligera emoción en la concurrencia; pausa; de esta guisa podrían permanecer mucho tiempo; Julio toma la resolución de conducir otra vez a estos caballeros a su punto de partida; los enemigos se observan, rígido el brazo, sin moverse; el operador del cine da vueltas a su manivela. ¡Esto no formará un conjunto excelente!
El primer cura dio al segundo, en dos razones, cuenta de quién era don Quijote, y así él como toda la turba de los diciplinantes fueron a ver si estaba muerto el pobre caballero, y oyeron que Sancho Panza, con lágrimas en los ojos, decía: ¡Oh flor de la caballería, que con solo un garrotazo acabaste la carrera de tus tan bien gastados años! ¡Oh honra de tu linaje, honor y gloria de toda la Mancha, y aun de todo el mundo, el cual, faltando tú en él, quedará lleno de malhechores, sin temor de ser castigados de sus malas fechorías! ¡Oh liberal sobre todos los Alejandros, pues por solos ocho meses de servicio me tenías dada la mejor ínsula que el mar ciñe y rodea! ¡Oh humilde con los soberbios y arrogante con los humildes, acometedor de peligros, sufridor de afrentas, enamorado sin causa, imitador de los buenos, azote de los malos, enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es todo lo que decir se puede!
Esmaltándolas, los grandes astros centelleaban en medio de un cortejo infinito; Aldebarán, que ciñe una púrpura de luz; Sirio, como la cavidad de un nielado cáliz de plata volcado sobre el mundo; el Crucero, cuyos brazos abiertos se tienden sobre el suelo de América como para defender una última esperanza...
En la palabra comun, se significa que los objetos de este criterio lo son para todos los hombres, y de consiguiente se refieren al órden objetivo; pues que lo puramente subjetivo, como tal, se ciñe á la individualidad, en nada afecta á la generalidad.
Si La Cueva hubiese siempre imitado á sus modelos, se hubiera también abstenido de los extravíos á que lo arrastraba su propia imaginación, y siempre apareciera bajo un aspecto más favorable, que aquél con que se muestra el dios Marte á la conclusión de su Bernardo del Carpio, cuando pronuncia la apología del héroe y lo ciñe con el laurel de la victoria, ó cuando en sus Siete infantes de Lara recurre de nuevo á sus amados conjuros diabólicos.
Aquí, el agua que choca contra una piedra musgosa la envuelve como con un globo de transparente cristal, y ciñe su base con una orla de espuma; allá, la corriente inclinada desaparece rápidamente por entre dos rocas, y después, por encima de ocultos escollos, se repliega en ondas paralelas; más lejos, el caudal se divide en varias curvas lanzándose por saltos desiguales.
Adela se arrodilló, cruzados los brazos sobre las rodillas de Ana; y Ana hizo como que le vendaba los labios con una cinta azul, y le dijo al oído, como quien ciñe un escudo o ampara de un golpe, estas palabras: Una niña honesta no deja conocer que le gusta un calavera, hasta que no haya recibido de él tantas muestras de respeto, que nadie pueda dudar que no la solicita para su juguete.
Para demostrar su verdad, necesito la intuicion interna de dos líneas que se cortan prolongándose por ambos lados; pero la proposicion geométrica no se ciñe á ninguna de aquellas intuiciones particulares, sino que se extiende á todas las imaginables, sin ningun límite en su número, sin ninguna determinacion en cuanto á la medida de los ángulos, ni á la longitud de las líneas, ni á su posicion en el espacio.
Los dos héroes, animados por el espíritu de la guerra, caminaron con decisión por la calle del Pozo, el clérigo delante, el noble detrás, ambos embozados hasta los ojos y apretando bajo el brazo el instrumento de muerte que cada cual llevaba. Entraron en la calle de las Hogueras, pasaron por bajo los muros de la Fortaleza y salieron a la vía que ciñe la antigua muralla de la población.
Palabra del Dia
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