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Actualizado: 24 de julio de 2025


Al otro lado, arreglando sobre otros dos bufetes una magnífica vajilla de plata, y un no menos rico y bello juego de cristal, estaba el tío Manolillo, ceñudo y taciturno. Ninguno de los dos hablaba una palabra. Pero como obscureció hasta el punto de que ya no se veía en la cocina, el bufón dijo al cocinero como pudiera haberlo dicho á un criado: Encended una luz.

María, con la mirada serena, clavada en el rostro ceñudo del presidente, y con tono firme y reposado, respondió: Todo cuanto acaba de manifestar el señor fiscal es la pura verdad, y de ello me felicito ardientemente.

Núñez, aunque guerrero, cede a sus instancias y vuelve hacia la casa con semblante fiero y ceñudo, enteramente resuelto a quitarse hasta los calcetines y a meterse en la cama mientras se manda propio a Lancia por una muda. Todos sus amigos le rodean, y así llegan hasta la casa. Emilita, que está al balcón, al verlos de aquella guisa, pregunta con sorpresa: ¿Qué es eso?

De pronto, Gillespie, que escuchaba ceñudo las palabras del profesor, lanzó una ruidosa carcajada. Fué el relato del discurso de Gurdilo en el Senado lo que le hizo pasar sin transición de la cólera á la hilaridad.

En su cara lucía el júbilo del triunfo mezclado con el sudor de la lucha, que corría a gotas medio congeladas ya por el frío del amanecer. El marqués se paseaba por la habitación ceñudo, contraído, hosco, con esa expresión torva y estúpida a la vez que da la falta de sueño a las personas vigorosas, muy sometidas a la ley de la materia.

Pero las sonrisas divinas de la naturaleza no fueron poderosas para desarrugar el semblante ceñudo de nuestro guapo. Dió algunas vueltas por la casa y, cosa que nunca había notado, le pareció grande y fría.

Debe emanciparse usted de esa tutela, ó no hará el camino que le corresponde hacer por mismo, sin necesidad de tutores. Ricardo había defendido la persona de su asociado desde las primeras insinuaciones; pero acabó por acoger, pensativo y ceñudo, sin una palabra de protesta, el último consejo de Elena.

Parecía tener cincuenta años, y por cierto que me causó sorpresa su rostro, pues yo me lo figuraba con semblante fiero y ceñudo, según a mi entender debía tenerlo todo general en jefe puesto al frente de tan valientes tropas.

El buen Pep, ceñudo, con una palidez verdosa en su tez obscura, manejaba al herido al mismo tiempo que daba órdenes. «¡Hilas! ¡muchas hilas!... ¡Silencio las hembras! ¿A qué tantos gritos y lamentos?...» Lo que debía hacer su mujer era ir en busca de cierto pucherete que contenía un ungüento maravilloso guardado a prevención desde los tiempos de su valeroso padre, un verro temible habituado a las heridas.

Pero lo que más saltaba a la vista en él, sin duda alguna, era cierto bienestar amable y aristocrático, exento de presunción que, aunque lograse inspirar envidia, no despertaba ciertamente en el corazón de la plebe los odios y rencores que excita siempre la opulencia soberbia. El ceñudo firmamento dejaba caer sin cesar toda la ceniza húmeda y fría de que estaban preñadas sus nubes.

Palabra del Dia

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