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Actualizado: 24 de julio de 2025
De improviso se abrió bruscamente la puerta del departamento, y saltó dentro un hombre ceñudo, calada la gorra de dorado galón, en la mano una especie de tenacilla o sacabocados de acero. ¡Los billetes, señores! gritó en voz seca e imperiosa. El viajero echó mano a su chaleco y entregó un trozo de cartón amarillo. ¡Falta uno! El billete de la señora. ¡Eh, señora!, ¡señora! ¡El billete!
Toma y lee dice, ceñudo, Apolonio, alargando despectivamente a Belarmino, como si fuese su sentencia de muerte, el telegrama que acaba de recibir. Después de haber leído el telegrama de Apolonio, Belarmino saca de la chaqueta otro telegrama, que entrega a Apolonio. Luego abre los brazos, mira al firmamento, y suspira: Toma y lee. ¡Bendito sea Dios!
De repente me sacó de mis sueños y contemplaciones la voz del ordenanza, quien tocándome en el hombro, me decía: ¡Ahí está el jefe!... ¡aproveche! Avanza hacia mí un hombre alto, delgado, de color pálido, ceñudo, pero en cuya fisonomía serena se leía algo de bondadoso que atraía: ¿Qué se le ofrece, paisano?
¿Ha venido el señor Gil del Páramo? dijo á un maestresala que se presentó á su llamamiento. En la antecámara espera, señor dijo el maestresala. Hacedle entrar. Entró un hombre de semblante agrio y ceñudo, vestido con el traje de los alcaldes de casa y corte, y se inclinó profundamente ante el duque. ¿Sois vos el que rondaba cuando encontrásteis herido al señor conde de la Oliva?
Palabra del Dia
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