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Actualizado: 24 de junio de 2025


Doña Bernarda mostrábase más tranquila al verle libre de la maléfica influencia de la artista, pero sin abandonar por esto su gesto ceñudo, como avisada por el instinto maternal que aún presentía el peligro. El joven estaba agitado por la impaciencia de la fuga.

«¿Por qué no me mirasle preguntó una noche, con semblante ceñudo. Porque... No dijo más; se comió el resto de la frase. Dios sabe lo que iba a decir. Bebía los vientos el desgraciado chico por hacerse querer, inventando cuantas sutilezas da de la manía o enfermedad de amor.

El Nacional, vestido aún con el traje de lidia, se asomó varias veces, malhumorado y ceñudo, dando gritos y enfadándose porque no estaba dispuesto lo necesario para la traslación del maestro a su casa. La gente, al ver al banderillero, olvidaba al herido para felicitarle. Señó Sebastián, ha estao usté mu güeno. ¡Si no es por usté!...

El primogénito se aleja hablando solo, y atraviesa la siembra por cobrar el caballo que pace allá en el fondo arrastrando el rendaje. Monta, y al galope desaparece. El Caballero, ceñudo y sombrío, sigue su peregrinación entre la hueste mendicante que renueva, las voces de su planto cuando ve las torres de Flavia-Longa.

No se daba por convencida Doña Paca, que sintiéndose minada de una melancolía corrosiva, no veía ya en la existencia ningún horizonte que no fuera ceñudo y tempestuoso.

Unas volvían la cabeza, como para no ver al torero; otras le miraban con ojos de desconsoladora conmiseración. El espada achicábase, como si quisiera pasar inadvertido; se ocultaba detrás de la corpulencia del Nacional, ceñudo y silencioso. Un grupo de muchachos rompió a silbar siguiendo el carruaje.

Que me traigan de la cocina una guindilla». Ya con la guindilla en la mano, y teniendo al criminal cogido por el pescuezo, hacía ademán da querer restregarle con ella los hocicos; pero le miraba ceñudo, diciendo: «Por esta vez, pase; pero como repitas esas porquerías, te quemo la boca, y se te cae la lengua, y luego, en vez de hablar como las personas, rebuznarás como los burros».

El dueño de la finca se había negado a que el duelo se realizase dentro aunque les facilitó todos los medios para que no tuviesen necesidad de hacerlo. Se cargaron las pistolas, se eligió terreno, se midió, se sortearon los sitios. Por fin se le puso a cada uno una pistola en la mano. Mientras duraron todas estas operaciones Tristán estaba más que grave, ceñudo. El marquesito sonreía.

Flora con la cabeza baja también y el rostro ceñudo enredaba con su delantal haciéndole pliegues. Al cabo de largo rato, sin levantar los ojos y conmovido, habló el mancebo de este modo: Bien lo veo, Flora; bien lo veo hace tiempo. Para ti yo no soy nada; soy menos que una castaña pilonga ó que una cereza negra.

Pero mamá dijo Rafael sonriendo ¡Si yo no pienso casarme!... ¡Si eso, cuando llegue, ha de ser a gusto mío! La madre y el hijo quedaron moralmente separados después de la borrascosa entrevista. Era una situación que recordaba a Rafael su infancia, cuando después de una travesura encontraba la miraba fiera y el rostro ceñudo de su madre. Pero ahora, esta seriedad agresiva se prolongaba días y días.

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