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Actualizado: 7 de julio de 2025
Sus rasgos son finos y correctos, en su barba cortada en punta y en sus cabellos castaños se ven mezclados algunos hilillos blancos; el firme modelado de su boca y de su nariz aguileña, con las dos arrugas verticales que afirman su entrecejo, indican en él una fuerte voluntad.
Lavaste, Elvira, unos paños, Que nunca blancos volvías, Que las manos que ponías Causaban estos engaños; Yo, detrás destos castaños, Te miraba con temor, Y vi que amor, por favor, Te daba a lavar su venda: El cielo el mundo defienda, Que anda sin venda el amor. ¡Ay, Dios! ¡Cuándo será el día, Que me tengo de morir, Que te pueda yo decir: ¡Elvira, toda eres mía! ¡Qué regalos te diría!
La humedad que se nota en este sitio, recuerda las inmediaciones de los arroyos. Pronto desaparecen los alisos, a medida que el suelo se eleva o caldea: los viejos troncos agujereados; las hayas, cuya corteza tigrada como tejido parece de musgo dorado; los castaños, con sus ramas extendidas como los cedros, con hojas agudas cual lanzas, bordan el camino.
Al decir esto, me señalaba por las ventanas del salón las hermosas alamedas de nuestro parque, los viejos castaños en flor, las lilas y las madreselvas cuyo aroma embalsamaba el ambiente. En la antesala encontré al jardinero y su familia, todos tristes y silenciosos, y mirándome como si quisieran decirme: No se marche usted, señorito; no nos abandone.
Este desgraciado caudillo, que desde entonces comenzó a sentir la indecisión y el aturdimiento que le acompañaron hasta capitular, temeroso de ser sorprendido allí por las tropas de Castaños, se retiró el 16 de junio, dirigiéndose a Andújar, desde donde pidió refuerzos a Madrid. El 18 entramos nosotros en la ciudad saqueada, aún llena de mortal espanto.
Algún pájaro que venía jadeante á refugiarse entre los árboles proyectaba también su monstruosa silueta al pasar. Abrió la puerta de la pomarada, y entrando en ella la recorrió á lo ancho hasta dar con su mano en el pestillo de otra puerta de madera. Detrás de ésta había un vasto campo poblado de castaños que estaba en declive y era también pertenencia de la casa.
Principió el chaparrón de comentarios sobre la lentitud con que Castaños organizaba sus tropas: unos aseguraban que tenía miedo; otros, que estaba decidido a dar la batalla, pero que, seguro de perderla, tenía tomadas sus medidas para retirarse a Cádiz y huir a las Américas con lo más granado de sus tropas; otros en fin, se atrevieron a más, y pronunciaron la palabra traidor.
Estaban jugando bajo un gigantesco grupo de castaños, saltando sobre un espeso tapiz de musgo aterciopelado, donde el sol y las sombras del ramaje formaban maravillosos arabescos. Al llegar el carruaje cerca de aquel sitio, mandó parar, bajó, y acercándose a los niños y conociéndolos, porque a su lado estaba la mujer del colono, los envolvió en una mirada indefinible.
Y fuera también hay marejadita. Me parece que esos que han entrado en el escenario son los regentes. Los mismos. ¿No ve usted a Castaños, al viejo Saavedra? Detrás vienen Escaño y Lardizábal. ¡Cómo! exclamó la condesa con asombro . ¿También jura Lardizábal? Ese es el más orgulloso enemigo de las Cortes, y andaba por ahí diciendo a todo el mundo que él se guardaría las Cortes en el bolsillo.
Contra lo que pudiera presumirse, don Fermín no cayó como un rayo sobre él. Sacó un inmenso pañuelo de yerbas para sonarse y replicó: No sé qué le diga a usted, D. Félix; ahora está toda la savia arriba y apenas ha caído flor... ¡Eso qué importa!... Los perales tienen la corteza dura, y los castaños y los nogales lo mismo dijo el escribano con creciente osadía.
Palabra del Dia
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