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Actualizado: 9 de junio de 2025
Excusóse éste como pudo y se alegró de dejar atrás á los cantantes, cuyos enmarañados cabellos rojos, afiladas hoces y risa brutal los hacían nada gratos compañeros de viaje y menos para encontrados al caer la noche en campo raso.
Seis son los teatros que cuenta Viena, en la ciudad y en los arrabales: el principal, situado cerca de la plaza de la Harina, y donde se canta la ópera italiana, vale muy poco, tanto por su escasa significacion artística como por su defectuosa construccion acústica. En los meses de abril, mayo y junio, temporada de la ópera italiana, se oyen en el teatro de Viena buenos cantantes.
El mayor moscón continuó Rafael , con su indefectible desmaña, le dijo que todas cuantas cantantes había oído, sólo la Grisi lo hacía mejor que ella. A lo cual respondió con frialdad: «pues una vez que la Grisi canta mejor que yo, hacéis mal en oírme a mí en lugar de oírla a ella». En seguida llegó sir John dando la mano y pisando a todo el mundo.
Cantantes incomparables, que ya han desaparecido, ponían en ella transportes de entusiasmo. El auditorio estallaba en aplausos frenéticos. Aquella maravillosa electricidad de la música apasionada, removía como con la mano, la musa de cerebros pesados o de corazones distraídos y comunicaba al más insensible de los espectadores aires de inspirado.
No faltaba señora que confundía a los cantantes con los prestidigitadores que en el mismo Casino había visto maniobrar, y no quería que le quemasen el pañuelo, ni aun en broma, ni que le adivinasen la carta que tenía en el pensamiento. Emma no había visto nunca tan de cerca a la Gorgheggi, en la que pensaba tanto de algún tiempo a aquella parte.
Todas las cantantes saben esa lengua; es para ellas indispensable; pero eso se aprende en veinte lecciones. En todo caso, no es ni inglesa ni americana. Mis yanquis de San Francisco me lo dijeron. Si lo sabes, amigo mío, ¿por qué me lo preguntas? Para saber si tú lo ignoras.
El portero era un antiguo cabo de coros; el principal estaba ocupado por una agencia donde de sol a sol no se hacía otra cosa que poner voces a prueba; los demás pisos los habitaban cantantes que al saltar de la cama comenzaban a hacer ejercicios de garganta conmoviendo la casa del tejado a la cueva como si fuese una caja de música.
El médico me aconsejó el ópio; yo me negué, y recuerdo que el médico me decia: si usted se acostumbrara á usar de aquel narcótico, lo usaria al cabo como ahora puede usar de los dátiles, por ejemplo. Puedo acostumbrarme á los cafés cantantes, como puedo acostumbrarme al ópio, al veneno, á la disolucion. ¿De qué manera?
Y los cantantes atravesaban tarareando, y las sílfides, arrastrando un poco el pie, pasaban cojeando, y, de minuto en minuto, una sombra femenina, negra, parda o marrón, deslizábase entre los escasos mecheros de gas, desconocida para todos, excepto para los ojos del amor. Las parejas se reconocen, se abordan y se marchan sin despedirse de los otros.
Despertó la Gorgheggi sonriente, sin dolor de muelas; agradeció a su Bonis que velara su sueño como el de un niño; y la dulzura de sentirse bien, con la boca fresca, harta de dormir, la puso tierna, sentimental, y al fin la llevó a las caricias. Mas fueron suaves; mezcladas de diálogos largos, razonables; no se parecían a las ardientes prisiones en que se convertían sus abrazos en otro tiempo. «Así, pensaba Reyes, debieran ser las caricias de mi esposa». Serafina se había acostumbrado a su inocente Reyes y a la vida provinciana de burguesa sedentaria a que él la inclinaba, y a que daban ocasión su larga permanencia en aquella pobre ciudad y la huelga prolongada. Se iban desvaneciendo las últimas esperanzas de brillar en el arte, y Serafina pensaba en otra clase de felicidad. La falta de ensayos y funciones, la ausencia del teatro, le sabía a emancipación, casi casi a regeneración moral: como las cortesanas que llegan a cierta edad y se hacen ricas aspiran a la honradez como a un último lujo, Serafina también soñaba con la independencia, con huir del público, con olvidar la solfa y meterse en un pueblo pequeño a vegetar y ser dama influyente, respetada y de viso. Ya iba conociendo la vida de aquella ciudad, que despreciaba al principio; ya le interesaban las comidillas de la murmuración; hacía alarde de conocer la vida y milagros de ésta y la otra señora, y un día tuvo un gran disgusto porque Bonis no consiguió que se la invitara el Jueves Santo a sentarse en cualquier parroquia en la mesa de petitorio. Cantó una noche, con Mochi y Minghetti, en la Catedral, y sintió orgullo inmenso. Le andaba por la cabeza un proyecto de gran concierto a beneficio del Hospital o del Hospicio. A Mochi no le cayó en saco roto la idea; pero le torció el rumbo. Un gran concierto, sí, pero no a beneficio de los pobres, sino a beneficio de los cantantes, restos del naufragio de la compañía. Se dio a Minghetti, el barítono, noticia del proyecto, y le pareció magnífico.
Palabra del Dia
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