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Actualizado: 17 de julio de 2025


¿Cómo se llama esta finca? ¿De quién es? repetí. Santa Clara.... Es de un tal Fernández.... murmuró el campesino, exclamando en seguida, sin dejar el jorongo: ¡Buena boyada! ¡Hartos pesos! Alzan aquí unas cosechas, amigo, unas cosechas... que... ¡vaya! Seguí entregado a la contemplación del paisaje.

El de Luzmela vió cómo se agitaba en este anhelo la vanidad del joven; vaciló un momento, y luego dijo con firmeza: Ya sabes que ésta no es hora de mentir. Salvador: tu padre era un campesino de origen humilde lo mismo que tu madre. Y, ¿vive? Emigró, y ya no se supo más de él. ¿Era soltero? Lo era. ¿Y jamás consintió...? ¿En reparar su delito?... ¡Nunca!... ¿No te digo que nada le debes?

Caminaba sin prisa, tranquilamente, gozándose en respirar la frescura de aquella noche de verano. Pero esta calma no le impedía ir pensando en lo aventurado que era recorrer la huerta á tales horas teniendo enemigos. Su oído sutil de campesino percibió un ruido á su espalda.

Al explicar su viaje, enseñaba su fuerte dentadura de campesino con sonrisas de inocente malicia. ¡Una verdadera calaverada, de la que hablarían mucho tiempo las gentes allá en Ibiza!

Este galante discurso, que fue publicado al otro día en el diario de la corte, dejó pasmado al rey, que no halló excusa que dar para que no se casara Meñique con su hija. Hija le dijo en voz baja, sacrifícate por la palabra de tu padre el rey. Hija de rey o hija de campesino respondió ella, la mujer debe casarse con quien sea de su gusto. Déjame, padre, defenderme en esto que me interesa.

Pero más de una vez también, la serie de nuestras aventuras ha terminado con un imprevisto remojón y el desgraciado náufrago, repentinamente calmado de su loca alegría, ha tenido que retirarse cabizbajo á la choza inmediata del campesino para enjuenjuagarse ropas en la hoguera de sarmientos.

Se componía de tres personas cuyas siluetas fugitivas había ya visto desde lejos en medio de las viñas: una niña morena, llamada Clemencia, un niño rubio, delgadito, que crecía demasiado de prisa y que ya prometía llevar el nombre mitad feudal y campesino de Juan de Bray, con más distinción que vigor.

UN CAMPESINO. Para usted y para todos, señor marino. EL MARINO. Para más ¡por Santiago! ¿No estaba yo a bordo del guardacosta que le dio caza? MUCHAS VOCES. ¡Cómo, señor! ¡Usted asistió a ese espantoso combate! ¡Virgen santa! ¡y aun vive! EL MARINO. Afortunadamente habíamos comulgado la víspera; a no ser por eso el demonio nos hubiera arrastrado al fondo del infierno.

Patricio Allen era una de tantas víctimas de la suerte. Su padre, un campesino arruinado, había ido huyendo de un pueblo de Irlanda a Liverpool, en busca de trabajo, dejando en la miseria, al morir, a la viuda y a una porción de chicos y chicas. Allen era un hombre afectivo, tenía un gran cariño por la familia y sufría al verla en la miseria.

Al ver a aquellas gentes que hacían sonreír a los mallorquines como si fuesen extranjeros, Jaime sonrió también, mirando con interés sus trajes y figuras. Eran, indudablemente, un padre con su hija y su hijo. El campesino calzaba alpargatas blancas, sobre las que caía la ancha campana de un pantalón de pana azul.

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