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Actualizado: 25 de mayo de 2025


Desde que el primo Agustín emigró a Burdeos, los de Bringas no iban al teatro sino de tarde en tarde, ocupando localidades de amigos enfermos o de aquellos que se aburrían de la repetición excesiva de una pieza dramática. No recuerdo si eran los lunes o los martes cuando Milagros hacía la gracia de quedarse en casa.

Sirvió a Facundo largo tiempo, emigró a Chile y desde allí a Montevideo en busca de aventuras guerreras, donde murió gloriosamente peleando en la defensa de la plaza, lavándose de la falta de Río Cuarto.

Doña Hermenegilda, que así se llamaba la dueña, era viuda de un guarda-montes de la Borunda y había tenido siete hijos, de los cuales, a excepción del más pequeño, que emigró a las Américas, no quedaba ninguno por haberlos absorbido todos sucesivamente las distintas guerras de la Península, desde la famosa de la Independencia hasta la de los agraviados en Cataluña.

El de Luzmela vió cómo se agitaba en este anhelo la vanidad del joven; vaciló un momento, y luego dijo con firmeza: Ya sabes que ésta no es hora de mentir. Salvador: tu padre era un campesino de origen humilde lo mismo que tu madre. Y, ¿vive? Emigró, y ya no se supo más de él. ¿Era soltero? Lo era. ¿Y jamás consintió...? ¿En reparar su delito?... ¡Nunca!... ¿No te digo que nada le debes?

El año 41, el Chacho, caudillo de los llanos, emigró a Chile.« ¿Cómo le va, amigo? le preguntaba uno. ¡Cómo me ha de ir! contestó con el acento del dolor y de la melancolía , en Chile y a pieSólo un gaucho argentino sabe apreciar todas las desgracias y todas las angustias que estas dos frases expresan. Aquí vuelve a aparecer la vida árabe, tártara.

El ejemplo dado por los nobles cundió y casi todos los regimientos perdieron sus oficiales. Necesitaban grande firmeza de carácter para resistir aquella epidemia que tomó el nombre de honor. Mi padre tuvo esta firmeza y no emigró. Solamente cuando se exigió a los oficiales del ejército un juramento que rechazaba su conciencia de servidores del rey, presentó su dimisión.

Anduvo por los campos en calidad de sublevado días y días, hasta que se le rompieron los zapatos y emigró con otra porción de ilusos, como los llamaba en una alocución el Capitán general de Valencia. Y tanto corrió, que no paró hasta Italia.

Cuando emigró a Suiza ¿vino usted a buscarla? ¿La socorrió usted?... ¡Ya ve usted que estoy bien informado! Ella misma me lo ha referido todo. Primero la veía usted raras veces; pero desde abril, desde que se quedó usted en Zurich, han estado juntos. ¿Quiere usted reconocer, o no, que es usted su amante?

Emigró Ozores y doña Camila juró odio eterno al ingrato, y consagró, con la paciencia de los reformistas ingleses, un culto de envidia póstuma a la modista italiana que había conseguido casarse con aquel estuco. Anita pagó por los dos. El aya afirmaba en todas partes, entre interjecciones aspiradas, que la educación de aquella señorita de cuatro años exigía cuidados muy especiales.

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